Fin
Anoche tuve insomnio, venga a dar vueltas en la cama. Hasta las cinco de la mañana dando vueltas en la cama. Imposible dormir. No era la víspera de nada. No esperaba una visita extra de los Reyes Magos, ni tenía problemas de conciencia. La cruda y amarga realidad es que tuve insomnio porque cometí la temeridad de leer el periódico antes de irme a dormir. Así están las cosas. Los periódicos son las nuevas películas de terror: prohibidas de noche.
Leí que un matrimonio italiano se ha suicidado porque no se sentía capaz de salir adelante. Dejaron una nota culpando a la clase política de su sufrimiento. Tenían 64 y 69 años y lo habían perdido todo con la crisis: trabajo y hogar. Por lo visto, ha aumentado sorprendentemente el número de suicidios entre personas de esta edad. Debe de ser una edad terrible para perder la esperanza, me imagino que será fácil caer en la trampa de pensar que ya es tarde para luchar. Este matrimonio italiano había sido alojado en un centro de acogida cochambroso, en habitaciones separadas, y parece que sus peticiones desesperadas de ayuda habían sido desoídas por el gobierno una y otra vez. Ella mencionaba que sólo quería volver a estar como antes, tener una cocina para poder cocinarle a su marido. Esto me partió el corazón. Tomaron pastillas. Ella lo consiguió, pero a él no le hicieron efecto y se fue hasta la playa para ahogarse en el mar. No puedo imaginarme el sufrimiento de ese hombre, camino a la playa, sabiendo que su mujer ya estaba muerta y temiendo no ser capaz de reencontrarse con ella.
Cuando acabé de leer esta noticia, me quedé con las tripas del revés. Tenía que haber parado ahí, cerrar el ordenador y dormirme. Pero no lo hice. Seguí leyendo y me encontré con la noticia de que los griegos han multiplicado el número de abandonos a sus hijos porque no pueden mantenerlos. La noticia apuntaba que el 32% de los menores griegos viven en condiciones extrema pobreza. Hablaba de una mujer que dejó a su hija en el colegio con una nota, explicando que no iría a recogerla por la tarde porque no podía cuidar de ella. Y no fue.
Ahí paré, cerré el ordenador. Pensé: sí, mejor paro, porque como me encuentre ahora con el yerno, con los de los trajes, con el del polideportivo, con los ERE, con los que juegan al monopoli con Europa o con el balancín de oro de 600.000 euros que Beyoncé le ha comprado a su vástaga, creo que me voy a cabrear tanto que me va a empezar a salir humo por todos los orificios del cuerpo. Hay un tope de malas noticias que el ser humano puede tolerar sin perder la cordura y yo creo que ya he tocado techo. Durante un tiempo, se acabó la radio, se acabó la prensa, se acabaron los informativos. Fin.
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