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Columna
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Las cartas de Rubalcaba

Antonio Elorza

En principio, el próximo congreso del PSOE debía conducir a la resolución de tres cuestiones: elección del sucesor de Zapatero, qué estrategia podía adoptar el partido frente a la gestión de la crisis por el PP y en qué medida lograría el PSOE analizar y explicar las causas endógenas que llevaron a los desastres de 2011. La primera era en apariencia la más simple, ya que desde los meses que precedieron al 20-N resultaba claro que la sucesión consistiría en una partida con dos jugadores, Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón. La segunda resultaba decisiva para saber si el PSOE iba a ceñirse a un diguem no permanente, con aderezos más o menos demagógicos, o sería capaz de rehacer su discurso, con todas las rémoras que hoy afectan a la socialdemocracia, planteando una alternativa razonable y atrayente a la política de recortes a ultranza del PP. Y, finalmente, estaba el tema central de la fractura que el PSOE abrió en los últimos años frente a la sociedad española y, en particular, ante su electorado. Dicho de otra manera, si el PSOE iba a estar en condiciones de plantear, al igual que los socialistas franceses, un debate plural dentro del partido, unos cauces de comunicación con el exterior y el fin de un tipo de liderazgo que sofocaba la menor disidencia. Todo ello sobre la base de una revisión crítica de la etapa que se cerró en noviembre.

El aparato del PSOE no está dispuesto a permitir que sea puesta en tela de juicio su supervivencia

No hizo falta mucho tiempo para comprobar que el aparato, agrupado aún en torno a Zapatero, y de cara al futuro, detrás de Rubalcaba, estaba poco dispuesto a permitir que con el pretexto del Congreso fuera puesta en tela de juicio su supervivencia. Para empezar, el calendario pre-congresual sería corto, enlazando con las elecciones andaluzas, con el consiguiente llamamiento al patriotismo de partido: quien propiciara un debate a fondo cargaba con la responsabilidad de una nueva derrota. El debate de ideas quedó aplazado hasta 2013, con un congreso internacional de utilidad dudosa. Y a toda costa fue declarado anatema cualquier intento de cuestionar lo más mínimo la política practicada por Zapatero o de iniciar una nueva etapa en la vida del partido. Al manifiesto Hay mucho PSOE por hacer, de Carme Chacón y los treinta, sucedió de inmediato el Yo estuve allí oficialista, mostrando el orgullo de haber actuado bajo la dirección del expresidente, y de paso sugiriendo la deslealtad de quienes también estuvieron y ahora critican.

Rubalcaba no interviene personalmente. Deja la tarea para sus seguidores, cuidándose de que allí donde alcance su influencia solamente sea oída su voz y la de los suyos, con la presencia de Chacón convenientemente mermada (así como la de sus valedores más destacados). Concede aquello que carece de repercusiones inmediatas, como las primarias para el futuro lejano, pero en cuanto la amenaza se concreta, como en la propuesta de un debate cara a cara, iniciativa de Chacón, de inmediato surge el recurso a "la dirección", la cual no encuentra antecedente alguno a semejante cosa -Francia debe estar muy lejos- y además, apunta, para debatir ya están los militantes. Conclusión: debate prohibido. Prietas las filas. Rubalcaba siempre se caracterizó por ser un hombre poco dado a admitir discrepancias y críticas, algo tal vez adecuado para su etapa de ministro del Interior. Otra cosa es que hoy esa alergia a la democracia interna resulte positiva, más aún cuando Carme Chacón tampoco entraña demasiado riesgo. Bajo Zapatero ya se vivió un largo período de "unidad", y sin examinar las causas del desastre mal podrá producirse el "cambio".

Ahí está para probarlo el decálogo oficialista anónimo, con sus "diez razones para apoyar a Rubalcaba". Lo único claro es que Rubalcaba debe ser el elegido, porque "las personas también importan", y mientras él es un político estupendo, podría repetirse para el PSOE el riesgo de Bono o Rosa Díez. El resto es una sucesión de tópicos y generalizaciones. Rubalcaba propone "el cambio inteligente", sin mayor concreción, "un liderazgo compartido", ya que "no es tiempo de un líder sino de muchos" (sic), "un proyecto socialista renovado", europeísta, progresivo y defensor de un Estado de bienestar, "un nuevo modelo de partido", con participación de las bases en las decisiones (magnífico), "un proyecto nacional que mantenga el mismo discurso en todos los territorios" -¿qué hará con el PSC?-, y sobre todo "un liderazgo solvente". Objetivo omnipresente, la continuidad: unidad, "mantener lo que funciona", "recuperar la credibilidad y la confianza": el PSOE "no necesita refundarse". La designación de Rubalcaba será su garantía.

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