Isaac, ese adolescente huido
La figura de Isaac Díaz Pardo va unida a experiencias valiosísimas de los últimos 50 años que le dieron a Galicia esperanza, aunque como tantas cosas en los últimos tiempos también nos dejan el regusto de los fracasos. En colaboración con el gran Luis Seoane, levantó el Grupo Sargadelos, que fue un ensayo artístico e industrial verdaderamente único pues reunía oficio, arte y empresa. Un proyecto inspirado por el racionalismo de la Bauhaus y que tiene un carácter cívico manifiesto, construir un país moderno llamado Galicia o Galiza. Sargadelos fue una de las insignias del país que deseaba tanta gente tras el franquismo, parte de nuestro orgullo colectivo. El museo Carlos Maside, el Laboratorio de Formas, la imprescindible Ediciós do Castro para nuestra memoria colectiva o proyectos como el frustrado diario Galicia eran piezas para una sociedad que había que construir en esos momentos históricos. En todo ello tuvo un papel Isaac Díaz Pardo entre los intelectuales galleguistas del exilio y del interior. Una obra artística a medio hacer, sin tiempo, a ratos robados, dibujos, grabados, diseños dispersos... Éxitos y también fracasos, como si una maldición que lo perseguía lo alcanzase finalmente.
Fue un artista a la fuga, cargando secretamente el dolor y el oprobio de los vencidos
Isaac era un perseguido, venía escapando, corriendo siempre. Seguramente huyendo de un momento que lo perseguía como una condena. Isaac era un adolescente izquierdista de 16 años cuando su vivienda en Santiago fue asaltada, su padre encarcelado, a pocos metros de su casa, y asesinado por vecinos de su ciudad. Asesinado como los amigos de su padre que frecuentaban la casa. Acogido y protegido por familiares en A Coruña, la tragedia personal queda tras una puerta cerrada y tiene que vivir en un nuevo tiempo, el de los asesinos. Consigue sobrevivir como rotulista, luego alcanzar un cierto éxito como pintor y comienza los pasos empresariales en O Castro de Samoedo que conducirían a la creación de Sargadelos. Las dudas o las contradicciones que pueda haber en su vida seguramente nacen de las tensiones con lo que latía tras aquella puerta cerrada. Un adolescente con los ojos muy abiertos por el terror, para siempre corriendo. Un artista de la fuga cargando secretamente el dolor y el oprobio de los vencidos y moviéndose a través del mundo de los vencedores.
Aquellos mandilones de Isaac cosidos en casa, la estética de un artesano, la ética de un trabajador y una cierta búsqueda de humildad. Un Isaac que creaba cosas y luego se ocultaba en su mandilón. Un embozado.
Era un superviviente, pero el superviviente paga un precio el resto de su vida. El siglo XX nos ha dejado la figura del superviviente, sabemos de lo doloroso y de lo difícil que resulta recordar. ¿Recordar qué? Recordar lo que es mejor olvidar. En una ocasión le pedí con insistencia que recordase lo ocurrido en aquellos días terribles y solo pudo ofrecer alguna imagen confusa, quiebros, niebla. Había una puerta invisible, pero estaba cerrada.
Isaac fue uno de los puentes físicos entre la resistencia democrática en el interior de Galicia y el exilio en Argentina, era parte del republicanismo de izquierdas de Seoane pero convivía con el galleguismo ontológico de Ramón Piñeiro. Siempre entre unos y otros, con posiciones a veces contradictorias, escapando hacia adelante y sin parar de hacer cosas, huyendo de sí mismo. Tantos trabajos y obras solo pueden ser fruto de una profunda desazón. Una trayectoria pródiga en iniciativas, ideas, ensayos... Cómo no lamentar que el know how de Isaac no sea aprovechado por otras iniciativas empresariales. Y cómo no lamentar la pérdida de aquel adolescente, y la pérdida para Galicia de la riqueza humana que fue aquella generación fusilada. O huida.
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