"Las matemáticas son como una catedral gótica"
Tiene 82 años pero empieza a hablar y rejuvenece hasta convertirse en el muchacho que encontró en los números su vocación. Michael Atiyah (Londres, 1929), uno de los sabios de nuestra época, ha visitado Madrid con motivo del centenario de sus colegas de la Real Sociedad Matemática Española (RSME). Habla con entusiasmo de la ciencia pero parece interesado por todo y devuelve las preguntas al periodista: "¿Así que ha habido una erupción en Canarias? ¿Es peligrosa?". Si, como decía Azorín, uno envejece cuando pierde la curiosidad, él apenas ha entrado en la adolescencia.
Atiyah, medalla Fields en 1966 y premio Abel en 2004 (equivalentes del Nobel), hijo de libanés y de escocesa que pasó sus primeros años en Sudán y en Egipto, desayuna frugalmente -cereales, lechuga, tomate y unas rodajitas de salami- y se muestra jovial. "Mi padre decía que el primer indicio de mi buena disposición para los números fue que entendía y sacaba partido desde muy niño al cambio de divisas". Esa sería la génesis de una labor matemática ingente, recogida en seis volúmenes que suman más de 4.000 páginas. ¿Estamos ante un erudito encerrado en sus cavilaciones? Aparentemente todo lo contrario. "Hay matemáticos introvertidos pero en general todos tenemos sentido del humor. Es la forma de compensar el estudio de una materia tan seria", dice. Y su sonrisa, que no le abandona durante todo el desayuno, lo prueba.
Premio Abel en 2004, cree que, siguiendo a Platón, los sabios deben ser líderes
Da cuenta de los cereales de chocolate mientras explica el discurso que preparó para los actos de la RSME. Un paseo por la historia de las matemáticas desde Pitágoras concebida como una obra coral. "Es una construcción de grandes estructuras de ideas añadiendo cada una algo a la anterior. Como en una catedral gótica", dice. "Por eso se parece a la arquitectura, pero nosotros revisamos constantemente los cimientos, y en eso en una casa no conviene...", bromea. La analogía le gusta y se recrea: "Pero los matemáticos más que un edificio construimos una ciudad ¡un imperio! Pero un imperio bueno, democrático". Y reivindica a los científicos: "Platón creía en el sabio que lideraba al pueblo. Nosotros debemos ser líderes de la civilización".
¿Y es posible que esa gigantesca obra se termine, que un día no quede más por descubrir? "No le veo límite", asegura, "de una teoría surge otra y se cubre más terreno". No hay peligro, pues, de que se agote ese caudal de felicidad que encuentra el sabio en su trabajo. De felicidad y de belleza, otra palabra que menciona de forma recurrente. La belleza le gusta por indiscutible, porque "se ve inmediatamente". Y también porque puede ser "una antorcha que te conduzca a la verdad, porque en las matemáticas ambos conceptos van a menudo unidos".
El desayuno acaba y uno siente cargo de conciencia por haber robado unos minutos a una mente que debería estar ocupada en tareas más elevadas. Pero Atiyah nos tranquiliza. "Como las matemáticas exigen una concentración intensa conviene hablar con otras personas, combinar el pensamiento solitario con una buena conversación. ¡Y a ser posible con un buen vino!". Las ocho de la mañana es muy pronto para echar un trago, pero le tomamos la palabra para otro día.
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