Discreción de un genio
A propósito de El árbol de la vida, un cinéfilo que no ejerce la crítica profesional apuntó que la película de Malick se veía constantemente condicionada por el pulso que mantenía el anhelo de pureza de sus imágenes con la reiterada banalización sobre ese tipo de imágenes que ha promovido la publicidad en los últimos años. En otras palabras, la playa metafísica del tramo final no podía desembarazarse del todo de las triviales resonancias de la promoción de seguros de vida a través de metáforas tan elementales (o esenciales) como la que empleaba el cineasta. El Havre, la última película del finlandés Aki Kaurismäki, se cierra con el plano de un cerezo en flor. No es, ni mucho menos, una imagen pura. En ella se superpone un homenaje al cine de Ozu y el gesto de Kaurismäki de colocar como signo de puntuación algo que su estética solía condenar al fuera de plano: una epifanía de la felicidad. El de El Havre es el final feliz más inequívoco en la trayectoria de un señor capaz de aclimatar la tristeza de un tango allí donde las almas se maceran en alcoholes de alta graduación para no congelarse. Es, también, su película más optimista, un sueño benigno para tiempos severos, un cuento de hadas para quienes habitan en las últimas fronteras de la precariedad. Y la demostración de que, a pesar de todo, cuando se manifiesta el genio, alguien puede todavía emocionar con esa imagen tan austera y delicada: un cerezo en flor.
EL HAVRE
Dirección: Aki Kaurismäki. Intérpretes: André Wilms, Kati Outinen, Blondin Miguel, Jean-Pierre Darroussin, Jean-Pierre Leaud. Género: comedia. Finlandia, 2011.
Duración: 93 minutos.
En la piel del mismo Marcel Marx que protagonizara La vida de bohemia (1982), el actor André Wilms parece haber ganado un estoico y keatoniano brillo en la mirada: el nuevo trabajo del personaje como limpiabotas en la ciudad portuaria de Le Havre no parece el resultado de la caída, ni de la renuncia, sino una comprometida opción de vida para, en definitiva, no estar a la altura, sino al servicio del hombre. La película se abre con una lección magistral sobre el uso cómico del fuera de campo que subraya la posición del excéntrico héroe en las zonas marginales de toda trama, de toda aventura posible. Si, como se afirma en la película, el dinero se mueve en la sombra, Marcel Marx vive donde no parecen proyectarse ni las sombras.
Al contar esta historia de una comunidad solidaria, el forastero inocente que encontrará en ella una estación de paso, un amor inmortal capaz de conjurar a la Parca y el foco de decencia que el protagonista encontrará en la figura más insospechada, Kaurismäki logra la máxima depuración de su identidad estilística, al tiempo que reivindica la mirada idealizadora del realismo poético francés de finales de los treinta y principios de los cuarenta. Una obra maestra que parece preferir no ser considerada como tal.
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