Los sudores de Correa
Únicamente tres automóviles han podido franquear el férreo control de la Guardia Civil y estacionar en el patio interior del palacio de Justicia de Valencia, donde el expresidente Francisco Camps lleva tres días de juicio. Una ambulancia, un furgón policial y un utilitario en el que iban dos policías de paisano. Una mujer y dos hombres se apearon de los vehículos, cada uno por su lado. Iban a testificar al juicio de Camps. El caso Gürtel les ha distanciado hasta el odio. Y el miedo. La mujer, Isabel Jordán, llegó acompañada de dos escoltas. Le acompañan desde hace dos años. Son agentes que le asignó la Fiscalía Anticorrupción para protegerla precisamente de los ocupantes de los otros dos coches: Francisco Correa, el jefe de la trama Gürtel, que llegó desde Madrid al tribunal en ambulancia procedente de la cárcel, y Pablo Crespo, el inquilino del furgón policial, también preso en Madrid. Lejos quedan los tiempos en que Correa y Crespo sonreían al calor del dinero fácil y abundante que cosechaban a base de presuntos sobornos a políticos de Administraciones del PP de Madrid y de Valencia. Cuando Garzón les encarceló, en febrero de 2009, llegaron a compartir el mismo módulo penitenciario, pero sus detenciones y las rejas han segado aquella amistad.
Solo unas semanas después de pisar la cárcel, Crespo pidió al juez Pedreira que le asignaran otro módulo. Se negaba a compartir patio con Correa. El juez que preside la vista por los trajes de Camps, Juan Climent, ha tenido que hacer malabarismo para evitar que coincidan los ocupantes de los tres vehículos citados. Isabel Jordán no quería verles ni en pintura. Les tiene pánico. A ella y a José Luis Peñas responsabilizan los jefes de la red Gürtel de su caída a los infiernos. Peñas es el exconcejal del PP de Majadahonda (Madrid) cuyas grabaciones a escondidas han permitido levantar las alfombras de la trama y desbancar de la política a una docena de ex altos cargos del PP. Y Jordán la que menciona en las primeras grabaciones del caso Gürtel el nombre de Camps como receptor de trajes regalados.
De los tres, solo Jordán accedió ayer a declarar ante el jurado. Correa y Crespo callaron acogiéndose a su derecho constitucional a guardar silencio. Tienen causas repartidas por tres comunidades autónomas y cualquier testimonio, incluso en el caso de los trajes de Camps, solo puede echarles más problemas encima. Se sentaron en el banquillo con rostro demacrado. Se vio a Correa delgado, de aspecto enjuto: solo queda de él la sombra de aquel hombre a cuyo paso en el PP se apartaban congresistas y senadores. Y a un Crespo, otrora segundo máximo jefe del PP de Galicia, con ojos enrojecidos. Tampoco es ya el expolítico convertido en empresario de nebuloso éxito.
Menos los aviones (se ha subido en decenas para extender sus negocios por medio planeta), casi cualquier espacio cerrado genera claustrofobia en Correa. Los ascensores, determinados coches, habitáculos sin ventanas... Por eso le tienen que llevar en ambulancia en los traslados. La cárcel le causa también esa sensación.
Peñas, citado para declarar el lunes en el juicio de Camps y que lleva dos días en Valencia con su abogado, Ángel Galindo, esperando que de una vez le interroguen, conoce bien los arrebatos claustrofóbicos del cabecilla de Gürtel. Como el día que le llevaba en coche por una autopista y tuvo que dar un peligroso frenazo y detenerse en el arcén.
Correa quiso abrir la ventanilla y esta se resistía. "¡Para, Pepe, paraaa...! ¿Pero qué le pasa a esto, joder?". Un sudor frío caía por su frente. El mismo sudor que invadió a Peñas, 1,90 de altura y brazos fuertes, cuando Correa, obsesionado con que la policía le seguía, le interrumpió a voces: "¡Jodeeerr, Pepe, callaaaaa! No hables de eso, que nos pueden oír". Ese día a Peñas le empezaron a temblar las piernas y buscó refugio en el cuarto de baño. En su chaqueta ocultaba la grabadora anticorrupción del caso Gürtel.
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