Cameron debilita a la Unión Europea
Este es el día en el que Europa se unió y en el que Europa se dividió. Para salvar el euro, 26 miembros de la UE van a firmar un pacto fiscal y a someter las competencias fiscales y de gasto del Estado a mutua supervisión. Si se hace realidad, la crisis de la unión monetaria les habrá empujado a una unión política que no habrían alcanzado en caso contrario. Pero igualmente trascendental es la decisión británica de quedarse al margen. Puede que uno o dos países más se unan a Gran Bretaña, pero eso no sería más que una división entre una unión formada por la gran mayoría y una periferia pequeña y dispersa.
El comunicado de Bruselas que anuncia "una arquitectura reforzada para la Unión Económica y Monetaria" no es precisamente una declaración jeffersoniana que recitarán los futuros escolares. Ahora bien, detrás de la enmarañada jerga europea, hay un hecho extraordinario. Al menos 23, y quizá 26 de los 27 Estados miembros de la UE, aceptan vincularse legalmente para equilibrar sus presupuestos, bajo la jurisdicción del Tribunal Europeo de Justicia y con unos programas de reducción de déficit que tendrán que acordar con la Comisión Europea. Y para los 17 miembros de la eurozona habrá sanciones automáticas si el déficit supera el 3%. Bienvenidos a una Europa alemana. A cambio, hay más dinero para rescates y se da a entender que el Banco Central Europeo (BCE) intervendrá de forma más activa en los mercados. Alemania corre con los gastos. Sobre el papel, eso equivale a un gran paso hacia la unión fiscal y de transferencias para los miembros actuales de la eurozona y otros ocho decididos a entrar en el futuro. Es un paso de la confederación a la federación.
Si las cosas siguen adelante, Gran Bretaña perderá influencia
Como el primer ministro británico, David Cameron, ha dicho que no, todo esto se va a hacer mediante "un acuerdo internacional que se firmará en marzo o antes". Lo irónico es que el veto de Cameron a que se cambie el tratado hace que existan más probabilidades de que la reforma se realice deprisa. Es posible que Irlanda convoque un referéndum y los irlandeses digan no. Es posible que los daneses o los checos se indignen. Un cambio del tratado de la UE tendría que ser unánime, pero en este caso el resultado será solo uno o dos países menos dentro y uno o dos más fuera.
Todavía existen grandes incertidumbres sobre este viaje continental hacia lo desconocido. Comparado con lo que ha hecho la Reserva Federal, este no es ningún "gran cañón". Tal vez la medicina alemana no produzca el crecimiento económico con el que reducir la deuda pública y privada europea a largo plazo. La dureza de la disciplina fiscal puede empujar a los ciudadanos de Grecia o Portugal a la revuelta. Un destacado analista del mercado de bonos me dice: "Con las arterias de la zona euro obstruidas y su corazón a punto del infarto, el BCE ha dicho que no está capacitado para practicar un bypass y los Estados miembros han prometido morirse de hambre... Me sorprende que los mercados no tengan una reacción más negativa, y creo que la tendrán". Es decir, a la eurozona le quedan todavía muchas crisis. No hago predicciones. Pero, si sobrevive y se fortalece, entonces, poco a poco, con grandes esfuerzos, surgirá una unión más profunda de 26 Estados, sin Gran Bretaña.
El no de Cameron no es solo un momento aciago para Reino Unido. Es un mal momento para Europa. La ambivalencia británica sobre Europa data de varios siglos. Ya en 1937, y escribiendo sobre 1789, el historiador R. W. Seton-Watson decía: "El deseo de aislamiento y la conciencia de que es imposible son los dos polos entre los que continúa oscilando la brújula británica". Después de permanecer al margen en los años cincuenta, mientras Francia, Alemania, Italia y el Benelux empezaban a formar una comunidad europea, Gran Bretaña decidió que tenía que estar presente para defender sus intereses, que siempre han incluido la necesidad de conservar el equilibrio de poder con el continente. Durante casi 40 años, incluso con Margaret Thatcher, eso es lo que los Gobiernos británicos han intentado hacer en lo que ahora es la Unión Europea.
Pero este año, con un vuelco casi inadvertido en la política europea del país, Cameron cedió a los rebuznos de sus propias bases euroescépticas y dijo algo nuevo: Queridos amigos de la eurozona, salvadla vosotros. Nosotros aplaudiremos desde la orilla. Cuando preguntaron en la BBC a un parlamentario tory euroescéptico, Mark Reckless, si el veto del viernes nos convertía un poco en Suiza, dijo que sí, y que le parecía muy bien. Qué imprudencia.
Cameron alega que ha defendido los intereses nacionales de Gran Bretaña. A corto plazo, en el punto concreto de la regulación de los servicios financieros, quizás; a la larga, por supuesto que no. Diga lo que diga la letra pequeña, si las cosas siguen adelante, Gran Bretaña perderá influencia, incluso en las reglas del mercado único. Eso lo ve hasta un niño pequeño. Si hay un club en el que 25 o 26 miembros quieren ir en un sentido y uno o dos en el otro, ¿quién ganará? Sobre todo, si los 25 o 26 han creado su propio club dentro del club.
Esto es malo para el Reino Unido y para Europa. Una cosa es Suiza, y otra muy distinta Gran Bretaña. A Europa no le conviene que una de sus mayores economías y la que alberga su principal centro financiero, se quede al margen. Con dos estructuras paralelas en una UE ya laberíntica, habrá disputas sin fin sobre quién tiene derecho a hacer qué cosa. No puede existir verdadera política exterior y de seguridad europea sin Gran Bretaña. Ante China y Estados Unidos, Europa sale debilitada. Un gran día para Europa, pues, pero no un motivo de celebración.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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