¡Aleluya!
Mariano ha hablado. Tras este titular, grave e intenso como el humo que anuncia la elección de un nuevo sumo pontífice, sus declaraciones han sido contundentes: la cosa está difícil. ¡Aleluya!, habrá exclamado en su casa cada uno de los cinco millones de españoles en paro, menos mal que me lo explica alguien, porque no me había enterado, la verdad...
Humo sobre humo, humo tras el humo, y solo humo, Mariano sigue siendo más elocuente en sus silencios que en sus palabras, pero otros hablan por él. Para decirnos, por ejemplo, que la solución de la crisis consiste en que, a lo largo de 2012, los españoles perdamos un 15% de poder adquisitivo. Es decir, que solo siendo un 15% más pobres podremos empezar a dejar de ser pobres. Esto no es un enigma para imbéciles, dicen, sino la única solución realista para un país que ha vivido por encima de sus posibilidades.
Esta mentira avala el silencio de Mariano. La verdad es que los españoles no han vivido ni por encima ni por debajo, sino al nivel de las posibilidades que el director de su banco les otorgaba mientras les daba créditos a troche y moche, unas posibilidades infinitas porque se edificaba hasta el último palmo y el precio de los inmuebles subía como la espuma. Decir lo contrario es pretender que los culpables de esta crisis sean sus víctimas y, en consecuencia, las víctimas los culpables. Pero Mariano ha dicho también, ahora que ya no conviene seguir culpando de todo a Zapatero, que no es un problema exclusivo de España. ¡Aleluya!, exclamemos todos de nuevo. La banca alemana, sin ir más lejos, se forró con la burbuja de la deuda griega, y ahora la ruina de los griegos es la única solución para que no pierda un céntimo de lo que ganó con su especulación. Esa es la verdad que Mariano nunca dirá, así que, bien mirado, es mejor que no hable. Está, incluso, más guapo callado.
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