Tantas prisas
Nadie ha salido indemne de la derrota, ni por tanto nadie hay a la vista que pueda saltar a primera fila del escenario con el marbete de "nuevo". Se agotaron las nuevas o terceras vías, las fantasías sobre los comienzos de "un tiempo nuevo" acariciadas cuando la socialdemocracia clásica fue sustituida por una especie de republicanismo cívico. No hay tampoco ninguna nueva generación a la vista, ni ha quedado ningún dirigente territorial asentado en una mayoría suficiente para aspirar al gobierno. Por decirlo con un concepto de moda, la derrota ha sido transversal: ha atravesado generaciones: tan derrotado Rubalcaba como Chacón; como territorios: la sangría de votos ha sido más espectacular en Barcelona que en Madrid; y, si las hubiera habido, también habría arrastrado a todas las corrientes ideológicas, desde socialdemócratas de estricta observancia a liberal-socialistas.
Y esto es solo parte -aunque principal, en lo que a nosotros atañe- del problema, porque lo ocurrido en España es el último capítulo de un largo mutis de la izquierda, iniciado por el socialismo francés, continuado por la socialdemocracia alemana, agravado por el laborismo británico y que ha acabado por engullir a los socialismos antes llamados del sur: Portugal, Grecia, ahora España, hace ya décadas Italia. En la Unión Europea solo quedan, gobernados por socialdemócratas, algunos islotes dispersos, sin capacidad ni ánimo para imprimir su sello en el rumbo que tomen los acontecimientos.
De manera que lo que hoy está en juego no es únicamente el futuro de los socialistas españoles sino el de la entera socialdemocracia que se debate para no caer por debajo del 25% de votantes en casi todos los Estados europeos. En tales condiciones, es difícil comprender las prisas que ha mostrado el comité federal del PSOE para cerrar su caso convocando, sin margen para una mínima reflexión colectiva, un congreso del partido. Quedan cuatro años hasta las próximas elecciones y no hay en el futuro inmediato agobios de gobierno: tiempo más que suficiente y ocasión que ni pintiparada para haberse tomado las cosas con más calma, para examinar colectivamente las causas genéricas y específicas de la derrota, para dar cuenta de la huida de cuatro millones y pico de votantes.
Lo primero, lo más urgente, habría sido romper el encapsulamiento, restablecer lazos con la ciudadanía, escuchar las voces de la calle. Porque cuando un partido sufre un revés de tal magnitud, y la familia de referencia una caída tan generalizada, es que algo se ha roto en la relación sobre la que se edifica la política democrática: la que convierte a un político concreto en representante de ciudadanos concretos. Más importante que elegir un secretario general habría sido multiplicar las ocasiones de ejercicio de democracia deliberativa y participativa, recoger la emoción política de los movimientos sociales, averiguar por qué motivos los socialistas han sido objeto de tan masiva e irritada deserción.
Más aún, seguramente ha llegado la hora de replantear sobre otras bases el Estado de bienestar, proponiendo fórmulas que hagan visible que el deber de su mantenimiento nos concierne a todos, de modo que se visualice una responsabilidad compartida. Como es urgente también plantear otra relación entre Estado y mercados, ahora que sabemos adonde conduce la desregulación acompañada de endeudamiento ilimitado; ahora que la práctica del laissez-faire a escala planetaria -a la que también ha sucumbido la socialdemocracia- nos ha llevado a la catástrofe arrastrados por la codicia de gestores de entidades financieras. Por no hablar de la necesidad de repensar Europa como marco de nuestra política, la Europa de verdad, no solo Bruselas como lugar para el retiro dorado de políticos amortizados.
En resumen, había materia para abrir un tiempo de reflexión y debate que hubiera llenado de contenido la llamada de Willy Brandt cuando comenzaban a temblar los cimientos del Estado de bienestar: atreverse a más democracia, una extensión de la consigna ilustrada: atreverse a saber, atreverse a pensar. Si para eso se necesitaba demorar la elección de secretario general y confiar la dirección del partido durante seis meses a una comisión gestora, bienvenida la comisión. Al final, sin embargo, se ha impuesto la jugada en corto, el ansia de mantener todo bajo control, el miedo a perder también Andalucía... consideraciones banales cuando lo que nos jugamos es el futuro de la socialdemocracia y de su más preciada creación, el Estado de bienestar.
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