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Crisis en Teherán

Viejo rencor hacia el 'pequeño Satán'

La irrupción en la sede diplomática refleja el resentimiento contra la presencia colonial británica y su histórica injerencia en los asuntos internos del país

El asalto al recinto de la Embajada británica en Teherán escenifica la agresiva respuesta del régimen iraní a las sanciones adicionales impuestas por Reino Unido, EE UU y Canadá contra la construcción de su programa nuclear. Pero los gritos de "muerte a Inglaterra" que ayer clamaban los manifestantes, o la quema de la Union Jack y la rasgadura de retratos de Isabel II, también son un reflejo del resentimiento popular hacia la antigua potencia colonial y su histórica injerencia en los asuntos internos iraníes, con el petróleo como trasfondo.

Los incidentes de ayer, y la consiguiente "indignación" expresada por el Gobierno de David Cameron ante una acción "inaceptable", constituyen un nuevo episodio en una relación bilateral plagada de altibajos en las últimas décadas. Si la intervención de Gran Bretaña en Irán fue preeminente hasta bien entrado el siglo XX, y marcada por la obtención de ventajas exclusivas para sus intereses comerciales y financieros, su papel en el golpe que derrocó al primer ministro Mohamed Mossadegh en 1953 ya vino de la mano del poderío emergente de Estados Unidos. El mandatario, elegido democráticamente, había desafiado los intereses de Londres tras nacionalizar la compañía angloiraní de explotación del crudo. Fue reemplazado por una dictadura militar, con el sah Reza Palevi a la cabeza.

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El régimen de Irán provoca a Occidente

La crisis de los rehenes de 1979 -444 días de tensión tras la toma de la legación estadounidense en Teherán- confirmó el papel de EE UU como el gran Satán, el principal enemigo del régimen de los ayatolás. Aunque el Gobierno de su majestad ha retenido desde entonces la despectiva etiqueta de pequeño Satán, por su alineamiento sistemático con los postulados de los sucesivos ocupantes de la Casa Blanca, el apoyo al Irak de Sadam Husein en su guerra con Irán y, en los últimos años, la presión para abortar el desarrollo del programa atómico iraní, sin llegar a descartar una intervención militar.

Teherán y Londres no restauraron relaciones diplomáticas plenas hasta 1988, pero en un solo año volvían a truncarse cuando el ayatolá Jomeini dictó una fetua contra el escritor anglobritánico Salman Rushdie y su obra Los versos satánicos. El progresivo distanciamiento del régimen iraní de aquella condena a muerte de facto hizo posible el restablecimiento de los puentes y, finalmente, la visita del entonces secretario del Foreign Office, Jack Straw, a Irán en 2001.

La segunda guerra del Golfo y la expansión de la influencia de Teherán en la región han endurecido el discurso de los aliados occidentales frente a un régimen al que acusa de enmascarar con el uso civil de la tecnología nuclear su ambición de producir armamento atómico. En marzo de 2007, fuerzas iraníes capturaron a ocho marineros de la Royal Navy y siete marines en la frontera con Irak, acusados de penetrar en sus aguas, y dos años más tarde el régimen acusaba a Reino Unido de atizar los disturbios que marcaron la reelección del actual presidente, Mahmud Ahmadineyad. La relación entre Londres y Teherán ha alcanzado uno de sus puntos más tensos, y los desmanes de ayer en la capital iraní son su puntilla.

Un iraní muestra una foto de la reina de Inglaterra robada de la Embajada británica.
Un iraní muestra una foto de la reina de Inglaterra robada de la Embajada británica.ATTA KENARE (AFP)

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