Poder empresarial
El 10 de mayo pasado, Francisco Camps participaba en un acto electoral en Elche. En un punto de su intervención, Camps, que unos días después ganará las elecciones por mayoría absoluta, se dirige a Modesto Crespo, presente en el mitin. Crespo es en ese momento el presidente de la CAM; con anterioridad, lo ha sido de Coepa, la patronal alicantina. El jefe del Consell, en su discurso, alaba a Crespo que realiza -son sus palabras exactas- "una gestión compleja con la única ilusión y objetivo de que la provincia de Alicante siga teniendo su caja y su banco al servicio de la pequeña y mediana empresa". El elogio de Camps a Crespo avanza y resume la situación que hoy vive la provincia de Alicante. Explicarnos por qué un hombre de las cualidades de Modesto Crespo alcanza la jefatura de Coepa, primero, y, después, a la presidencia de la CAM, es una de las claves para entender lo que hoy sucede en Alicante.
A la hora de valorar las recientes dimisiones de José Joaquín Ripoll y Martínez Berna, se ha dicho que la corrupción descabezaba el poder político y empresarial de Alicante. Literalmente, la afirmación es cierta, pero quizá convendría matizarla. Dejemos de lado, por el momento, el terreno de la política y centrémonos en el de la economía. ¿Existe un poder empresarial en Alicante? Si recurrimos a la historia de la patronal alicantina durante los años pasados, es decir, si la juzgamos por sus actos, la respuesta es que tal poder no ha existido de un modo efectivo. Naturalmente, Coepa ha tenido una junta directiva, con un presidente al frente. Pero esto, como se comprenderá, no es más que una cuestión formal. Lo que importa es ver cómo la institución ha empleado su representatividad, qué ha hecho con ella. Pues, bien, cuando repasamos esa conducta se advierte una sumisión absoluta, a lo largo del tiempo, a los intereses de la Generalidad.
Uno de los primeros objetivos que se fijó Eduardo Zaplana al inicio de su mandato fue someter a la sociedad civil. Para lograrlo, urdió un plan que, en poco tiempo, le otorgó un control prácticamente total sobre ella. Le bastó colocar hombres dúctiles al frente de las instituciones que, compensados con halagos y favores, se pusieron de inmediato a su servicio. Así sucedió en el caso de la CAM y de la patronal alicantina. Eran los tiempos en que una obra pública se alteraba sin obstáculos para no afectar la propiedad de un empresario. A todo el mundo le parecían bien estas cosas o, al menos, todo el mundo callaba y asentía. Cuando Francisco Camps llegó al poder, encontró el trabajo hecho. Para mantener el dominio de las instituciones, le bastó cambiar a unos hombres por otros leales a su persona. En esas circunstancias, hablar de un poder empresarial alicantino es una ficción. No, en los últimos 15 años no ha existido un poder empresarial alicantino.
La principal condición que debían poseer estos directivos era, como hemos dicho, su ductilidad. Al margen de ella, no parece que se exigieran otros requisitos técnicos ni, desde luego, morales. En estas condiciones, las personas que accedieron a los cargos no se preocuparon tanto por defender los legítimos intereses empresariales como los propios. El nombramiento les supuso una oportunidad de mejorar su situación social y económica y la aprovecharon. Esta circunstancia, mantenida en el tiempo, ha tenido unos efectos calamitosos sobre la sociedad alicantina. El clima de desconfianza y corrupción generalizada que hoy vive Alicante es, en buena medida, su consecuencia.
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