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Columna
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Esto debe ser la Atlántida

El apabullante escrutinio electoral, más allá de la euforia que nubla el juicio de los presuntos agraciados, tiene las mismas propiedades que la capa de Harry Potter: hace todo lo demás invisible. Probablemente las risas deriven en llanto antes de lo previsto, si esa delincuencia agazapada en la jungla financiera más conocida como los mercados, sigue campando a sus anchas. Ni siquiera descansaron los malandrines en la noche de autos y, en lugar de acoger como Dios manda la victoria de quien ha prometido gobernar como Dios manda -el fin de la Atlántida tal cual- recibieron al nuevo capataz con un descenso bursátil y una subida de la prima de riesgo, que no es la mejor de las primas que a uno le gustaría tener en casa. El apabullante escrutinio ha dejado en segundo plano detalles impagables. ¿Cómo premiar ese gesto elegante del gobernador del Banco de España, el bien pagado Francisco Fernández Ordóñez, que esperó hasta el final del recuento para intervenir el Banco de Valencia? Con su letal y calculada demora, nadie entre el censo de votantes pudo establecer correlación alguna entre la ruinosa gestión ejercida por José Luis Olivas y la filiación política del mayor torpedero que ha navegado en instituciones públicas y privadas. Una singladura, la de Olivas en puestos de responsabilidad política o económica, que no solo desborda la leyenda sobre el caballo de Atila, sino que obliga a recomponer el podio de las especies depredadoras, relegando halcones, alcotanes, esmerejones, cernícalos y otras aves de presa a la categoría de mascotas de compañía. Tome nota el supervisor, es un decir, que siempre llega tarde. El día que Frau Merkel le llame a capítulo y se retrase, no lo contará. En su lugar, comprobaría que los cuarteles de la Stasi fueron efectivamente desmantelados tras la caída del muro.

Entre tanto champán y mujeres celebrando, ha quedado desdibujado el detalle de las cerca de 30.000 lealtades que el PP ha perdido desde los últimos comicios. Una risa si se compara con el casi medio millón que se negaron a desfilar en el cortejo fúnebre del socialismo indígena. Aunque el surtido de zombies quiere seguir bailando. A destacar los costurones que exhibe un sistema electoral que ya no adoptaría ni el emperador Bokassa en el corazón de las tinieblas. Reparen asimismo en la cantidad de deserciones que, suma y sigue, acumula el Senado entre abstenciones, votos en blanco y mensajes de cariño en las papeletas anuladas. De regreso al mundo de los vivos y antes de que la tijera del nuevo capataz nos envíe a las rotondas previa legalización de actividad emprendedora, se impone el cierre del cementerio de elefantes (y de elefantas). El invento ya no aguanta. La llamada Cámara Alta es una quincalla manifiestamente prescindible, como acreditará la cancillera el día que le pasen el estadillo de clases pasivas a finiquitar. Que pongan una verdulería. Empieza la temporada de cardos.

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