El futuro de España no admite demoras
Rajoy tiene que desvelar ya sus planes y señalar el equipo economómico que los llevará a cabo
El PP logró ayer una rotunda victoria electoral, la mayor de su historia en porcentaje de votos y número de diputados. A su vez, el PSOE cosechó los peores resultados del periodo democrático. La dimensión de su fracaso ha reforzado a Izquierda Unida y UPyD, donde se refugiaron los votantes desencantados con el socialismo que no han optado por la abstención ni por apoyar al PP. Los partidos nacionalistas seguirán estando representados en la Cámara, con muy diferente matiz en el caso de Cataluña y en el del País Vasco. Mientras ERC mantiene invariables sus apoyos, CiU los incrementa; y Amaiur, la marca independentista que integra a la izquierda abertzale, se convierte en la fuerza que más escaños obtiene en el País Vasco y dispondrá de grupo propio.
La legislatura que comienza estará marcada por un grupo popular abrumadoramente mayoritario y una oposición más plural, aunque minoritaria y dividida.
La victoria del PP lo ha sido, en realidad, de Mariano Rajoy y del grupo de fieles que lo apoyaron en 2008. Fueron ellos quienes, tras aquellas elecciones en las que volvió a imponerse Rodríguez Zapatero, decidieron desmarcarse de la estrategia de la crispación enfrentándose a amplios sectores del PP y a la práctica totalidad de su entorno mediático, que reclamaban un inmediato cambio de liderazgo. Rajoy llega a la antesala de la presidencia del Gobierno libre de deudas para con ellos, incluido su mentor José María Aznar. El hecho de que el resultado electoral de ayer mejore el de 2000, en el que Aznar fundó un ascendente político que no ha dudado en utilizar contra los intereses exteriores de España y contra el propio Rajoy, coloca a este ante una oportunidad seguramente irrepetible para despojar al Partido Popular de sus resabios ultramontanos y transformarlo en una fuerza conservadora homologable a las europeas.
En vísperas electorales, la economía española se precipitó en zona de rescate junto a la italiana. Es razón más que suficiente para que el presidente en funciones, Rodríguez Zapatero, y el electo, Mariano Rajoy, hagan un gesto conjunto e inequívoco este mismo lunes, antes de que regrese la incertidumbre sobre las deudas soberanas europeas, para expresar contundentemente que España está en condiciones de adoptar sin solución de continuidad cuantas decisiones económicas sean necesarias. Es preciso, además, que se aceleren los trámites legales para la constitución de las Cámaras y para la investidura formal del candidato a la presidencia del Gobierno y la formación del nuevo Gabinete. Rajoy debe señalar sin demora quién será el interlocutor económico con la UE en estos días de turbulencias, para que pueda empezar su trabajo con antelación a la formación del Gobierno.
Rajoy ha logrado esta victoria con un discurso que, a la vez que mantenía la cohesión de su heterogéneo electorado, pretendía evitar que los votantes socialistas se movilizasen. Pero lo que se ha revelado como un eficaz planteamiento para ganar las elecciones, podría erigirse en obstáculo para gobernar. Un rápido deterioro del capital político que le han concedido los electores no es solo una perspectiva inquietante para el PP, sino para el conjunto del país, enfrentado a una crisis de la que no se saldrá sin sacrificios. Rajoy ha evitado especificarlos durante la campaña, poniendo el acento en las virtudes que supuestamente produciría un simple cambio de dirigentes. La gravedad de la situación económica exige abandonar las ambigüedades, revelar cuanto antes su programa de gobierno y señalar el equipo que lo llevará a cabo.
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