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Columna
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Míchel

Carlos Boyero

Es infrecuente que en el fútbol el arte esté acompañado del encanto personal, que el hombre cuya cabeza es prodigiosa en todo lo que se refiere al juego y cuyos pies se mueven como los de un bailarín, también reúna elegancia, magnetismo, buen rollo, capacidad expresiva. Que te enamore conjuntamente el genio y la persona. Zidane poseía todos esos atributos. Para mí, no lo perdió incluso cuando se le cruza la racial vena y puede destruir su leyenda sacudiendo un cabezazo en el último y más importante partido de su vida a un profesional de la provocación, al abusón de la clase Materazzi. Y, como toda la gente con ojos, oídos, neuronas y sentido común, es imposible no admirar y sentir cariño hacia esos futbolistas, seres modélicos llamados Iniesta y Xavi.

Disfruté enormemente y en directo de las remontadas europeas de la quinta del Buitre, y cómo no, de los espectáculos más cinematógraficos e inolvidables que he vivido en un estadio eran aquellos ralentizados momentos en los que Butragueño detenía el universo al borde o dentro del área (la plenitud de esa magia duró tres años). También de los coreográficos y sedosos centros de Míchel. Pero había algo en su justificada arrogancia que me repelía. También prolongué esa manía a su academicista, redicha y farragosa labor como comentarista en televisión. Y fui tan sincero como cruel, aunque voces tan autorizadas como las de Julio César Iglesias y Orfeo Suárez intentaran convencerme de que era un tío legal.

Mis anteojeras a veces duran y mi pluma puede desbarrar. Desde hace tiempo disfruto con las opiniones de Míchel, me divierte su castiza sorna, nunca dice tonterías, respeta el fútbol y a sus colegas de profesión (aunque algunos no lo merezcan, incluido ese señor permanentemente crispado que ha descubierto consecuentemente que las mejores esencias del Real Madrid están en el Fondo Sur), no va de pose, se expresa con lucidez.

Constato todo ello en un programa de Canal + en el que está invitado junto a mi amigo Diego Torres. Hace una penetrante y conmovedora defensa del excepcional y ciclotímico Guti, aclarando que su nariz no estaba constipada, sino su ánimo triste. Míchel está en paro, pero no intenta buitrear. Ojalá que este hombre sea algún día el Guardiola del Real Madrid.

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