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Columna
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La baldosa del carpintero

Hace poco tiempo, un programa de televisión de dudosa moralidad, al menos periodística, se preguntaba sobre si los españoles tendíamos a la heroicidad, en casos de ayuda, o a la supervivencia trufada con pasotismo, a raíz de distintos casos (que nada tenían que ver entre ellos) de indiferencia ciudadana ante las agresiones sufridas por el otro. La conclusión sociológica rotunda de afamados expertos en la materia: un contertulio de las entretelas de la Pantoja, un exconcursante de Gran Hermano que se hizo famoso por una frase llena de agresividad que ahora se presenta como actor y poeta, otro exconcursante de Gran Hermano del que no se sabe por qué se hizo famoso, una experiodista política, etc., etc., etc. -ustedes ya saben-, decidieron que hay que dejarse de chanfainas y salir corriendo. "Y salvo que al que le vaya a matar sea tuyo, olvídate", dijo uno de los expertos reclamados para tan profundo asunto. Y no solo él, sino la Policía Municipal que recomendaba llamar a la Policía Municipal, y guarecerse en el coche o similar.

Hay gente que no ve ese programa de dudosa moralidad, aunque solo sea periodística, como el carpintero de la baldosa, que fiel a sí mismo, se jugó la vida en Santutxu para salvar la vida de los demás, cuando ese iraní enloquecido decidió pasar a la historia universal de la barbarie. Se enfrentó al enajenado, fue acuchillado, le hizo volver atrás, fue en su busca cuando le dijeron que estaba en un bar cercano a donde llegó tarde porque el enajenado ya había asesinado a un profesor de la ikastola del Karmelo. Allí, con una baldosa, como única defensa, redujo al enloquecido y no se sabe cuantas muertes más evitó.

Siempre he creído que lo que diferencia al ser humano de los otros animales es la imprevisibilidad. Y no al revés. Sobre los monos, los cocodrilos o las musarañas está casi todo explicado por universidades de prestigio o de saldo, de esas que lo mismo estudian la frecuencia de las relaciones sexuales entre orangutanes del este o del oeste que el valor de la suegra en el cortejo a la hembra entre unos monos de Basil, de cuyo nombre no logro acordarme. Todo es previsible o explicable en un animal común. El hombre, por definición, es imprevisible.

La reacción humanitaria del carpintero que se juega la vida para evitar la muerte de los demás es algo anacrónico, solo atribuible al ser humano incluso en las adversas circunstancias que hoy vivimos. Hoy se da la vida por los mercados, y él decidió salvar la vida a una pareja a la puerta de un mercado; hoy se pone número a cada parado y él le puso nombre, sin saberlo, a cada resucitado; hoy se piden esfuerzos a los que menos tienen para que los que más tienen no tengan menos, y él les dio lo máximo posible, para que sigan luchando día a día. Y gratis. Solo con una baldosa y el corazón en el puto medio.

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