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CÁMARA OCULTA | cine
Columna
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Batalladores

Se ha ido Antxon Eceiza, "padre del cine vasco" le han llamado tras su muerte. Fue, efectivamente, uno de los impulsores de un cine autóctono que debía empezar por estar hablado en euskera, decía él. Sin embargo Eceiza, que se definía a sí mismo como "un escritor analfabeto, un vasco no euskaldun y un cineasta sordomudo" solo rodó un largometraje en dicha lengua -Ke arteko egunak, en la traducción Días de humo-, concebida como "una contribución a la pacificación", que obtuvo un premio en el Festival de San Sebastián y luego tuvo poco recorrido comercial. A Eceiza le pasaban esas cosas: era lúcido, ocurrente, brillante, parecía que de su cabeza tenían que salir películas extraordinarias pero, quizás por la intensa actividad política a la que dedicó tanto tiempo, en el PCE primero y luego en Herri Batasuna, no logró en el cine los éxitos deseados. Batalló en cien causas, incluso en el propio Festival de San Sebastián, del que también se despidió con sensación de desengaño. Un destino.

Eceiza era lúcido, ocurrente, brillante, batalló en cien causas

No abundan hoy día los cineastas que traten de reflejar en sus películas otros combates en los que puedan andar metidos, más allá del de la conservación del propio oficio. Han quedado atrás aquellos tiempos de la militancia, de cuando el propio Eceiza escribía lo de "nos repugna John Ford", erre que erre en su postura de creer que el cine debía ser nada menos que transformador de la realidad. Tiempo de ilusiones y de ciertas esperanzas; también de ingenuidades. El paso del tiempo ha marginado aquellas utopías, sus defensores han ido desapareciendo del cine y de la vida, mientras que bastantes de sus películas han quedado obsoletas, buenas y no tan buenas. Despidiendo hoy a Eceiza sale añorar con algo más que simpatía los combates de aquellos hombres, su perseverancia, y hasta las derrotas que inexorablemente fueron sufriendo, porque había en ello algo de hermoso.

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