Champán del bueno
Cada concierto barroco, con contratenor incorporado, tiene, al menos a priori, un sabor espumoso, pirotécnico, exhibicionista desde la voz. El de Philippe Jaroussky no tenía por qué ser una excepción, pero, por si acaso, en el aria de salida, Agitato da fiere tempeste, de Oreste, de Haendel, el cantante de moda en esta tesitura dejó bien claras las razones de su prestigio, pudiéndose intuir con fundamento que la tarde iba a ser una fiesta, con fuegos de artificio por todo lo alto, como así resultó. Pero era solamente una primera impresión.
La segunda fue aún mucho mejor. Con Ho perso il caro ben, de Il Parnasso in festa, también de Haendel, se comprobó que estábamos ante un acontecimiento, por la dulzura melódica, el buen gusto fraseando, el dominio técnico en todos los registros y el sentimiento emocional en el tratamiento del dolor cantado. Ante tal demostración de musicalidad, los fuegos artificiales pasaron a segundo plano, con lo que no es de extrañar que una espectadora me dijese en el intermedio: "Esto es champán del bueno". Y yo pensé en Louis Roederer, con su mítico Cristal Champagne, por eso de que enviaba ya desde Reims al zar de Rusia sus mejores botellas desde 1833 hasta que la Revolución de Octubre acabó con ese mercado. Además, algo me sonaba a eslavo en el apellido del contratenor francés.
FUEGOS DE ARTIFICIO DE UN CASTRATO
Philippe Jaroussky (contratenor), Apollo's Fire, Orquesta Barroca de Cleveland. Directora: Jeannette Sorrell. Obras de Haendel y Vivaldi. Teatro Real, 12 de noviembre.
Jaroussky estuvo sensacional de principio a fin, tanto en Haendel como en Vivaldi, o en las tres propinas de Porpora y Haendel, que culminaron con un Ombra mai fu al límite de sus fuerzas, con un público entregado, puesto en pie, como raras veces sucede en el Real.
La combinación de Vivaldi y Haendel podía hacer pensar en una maravillosa novela de Alejo Carpentier, Concierto barroco, en la que los dos compositores alternaban sus andanzas venecianas con un Louis Armstrong haciendo variaciones sobre el tema de I can't give you anything but love, baby. La sombra del intérprete estadounidense fue emulada a la perfección en espíritu por sus compatriotas de Cleveland, gracias a unas deslumbrantes variaciones sobre la sonata en trío La Follia, de Vivaldi, que nos hizo rejuvenecer por el ritmo jazzístico, la alegría de tocar de la orquesta -con Olivier Brault y Johanna Novom como violinistas de lujo y marcha- y con una clavecinista-directora, Jeannette Sorrell, de estampa pictórica, gran precisión, sensibilidad y modales femeninos, algo raro en este oficio en el que la mayoría de las mujeres imitan la gestualidad de los varones cuando dirigen.
El concierto fue impecable, con un Real abarrotado, lo que hace pensar en la capacidad de atracción del barroco si se hace de esta manera. Una velada de las que crean afición.
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