Mamá, pupa
Tener problemas en la infancia y primera juventud ayuda a fijar una imagen de persona con cosas que contar. Los sentimientos de felicidad son como las buenas noticias, que apenas tienen el rango de noticia. Tener una infancia feliz no viste. John Grant no la tuvo y el rechazo de su sexualidad por parte de una familia de orden reordenó un mundo sentimental complejo y problemático. De este mundo es resultado una propuesta musical que transmite cierta vulnerabilidad. Un 2 fijo en la quiniela, gana el visitante, ganó John.
En Apolo compareció con un músico que ocasionalmente tocaba el piano o los teclados, en función de qué hacía John. Este, imagen de robusto leñador que lee a Oscar Wilde, presentó un puñado de canciones entre las que estrenó algunas, por ejemplo un Vietnam en cuya arrancada recordó vocalmente a David Sylvian, y se mostró como un artista que bebe de unos sentimientos de cierta infelicidad. Tiene, así, un marcado poso romántico, muy perceptible en unos acordes de piano de lirismo extremo. Grant es un cursi disfrazado de sufridor pisoteado por un mundo implacable con los débiles y con los diferentes.
JOHN GRANT
Apolo, 8 de noviembre.
Así las cosas se trataba de comprar o no el guión. Hubo momentos en los que pudo pensarse en la adquisición, ya que Grant tiene canciones hermosas cuyo lirismo, sin llegar a la hosquedad, no endulza, como I'ts easier. Por otra parte, Grant toca el piano de una forma precaria que contrasta con la ampulosidad sugerida por sus acordes. Funcionó bien el contraste entre el lirismo Chopin del piano acústico y esos teclados que usa para evocar el sonido añejo de Emerson & Lake Palmer, Yes y Rick Wakeman; pero, con todo, el azúcar acabó imponiéndose en una formulación consabida de vulnerabilidad. Se entiende su predicamento.
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