Esterilización
Resulta algo descorazonador seguir los preparativos para la organización del debate televisado de esta noche entre los dos candidatos a la presidencia. En el reino de la anomalía, un atisbo de normalidad siempre llama la atención, como un girasol que crece en el asfalto.
Hay algo de grotesco en esos árbitros de baloncesto para medir el tiempo de las intervenciones y en la persecución de la asepsia. El miedo al debate, al intercambio, a la repregunta y el análisis contrastado, deja fuera del combate a los periodistas. Esa especie de limbo pasteurizado logra evitarle a los políticos enfrentarse a un riguroso interrogatorio. Plantear monólogos alternativos no deja de ser una limitación al necesario espectáculo, pero lo celebramos antes de quedarnos sin nada. En los mandatos de Aznar se suprimieron los debates entre candidatos, se recuperaron con Zapatero, y ya empiezan a reducirse, tendremos solo uno, con lo que sería terrible pensar que pronto volverán a faltarnos.
Algo se habrá hecho mal para que nadie se fíe de los periodistas y tenga que ser la señal institucional de la Academia de Televisión la que garantice la higiene mediática. De seguir así, algún día el único debate posible tendrá lugar en un laboratorio de esterilización quirúrgica. La deriva hacia el frentismo entre medios impide que se acepten periodistas capaces de conducir un debate, en clara degradación del oficio. Tenemos que empezar a tratar como normal que un periódico o una cadena, un premio Nobel de literatura o un empresario expresen públicamente su preferencia electoral.
Poco a poco nadie dirá de ellos que esperan contrapartidas económicas y algún valiente se ha atrevido a apoyar públicamente a Rubalcaba desde el mundo del espectáculo y la cultura, pese al estigma que les tocó asumir a los de la zeja por un atrevimiento que en cualquier democracia es asumido y respetado.
Las preferencias personales son un derecho y quienes las tratan como una afrenta son precisamente los que delatan su falta de entrenamiento en la tolerancia.
El aguante de Rajoy y la astucia de Rubalcaba se enfrentan esta noche. Discuten por un poder político donde, al contrario que en la canción de Sabina, casi siempre el puedo le gana la guerra al quiero. Pero ese es otro drama.
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