Los bancos deben ser buenos ciudadanos
Poco después del estallido de la crisis financiera en 2008, en una reunión en EE UU, un asesor económico de la Casa Blanca me preguntó: ¿crees que los bancos pueden ser buenos ciudadanos?
Cuando iba a contestar que sí, me interrumpió: "Si tu respuesta es sí, piensa que nadie va a creerte".
Su comentario me hizo reflexionar. He pensado mucho en estos últimos tres años sobre lo que me dijo.
El entorno en el que vivimos y trabajamos presenta grandes desafíos. En Europa y EE UU estamos sufriendo los efectos de haber llegado a unos niveles insostenibles de endeudamiento público y privado. Se están poniendo en marcha recortes tanto en los Gobiernos como en los hogares, con distintos grados de aceptación y malestar social de una buena parte de la opinión pública.
Sus intereses deben ser los de sus clientes y las comunidades a las que sirven
Ahora lo más importante es que los bancos y las empresas se centren en la creación de puestos de trabajo y en el crecimiento de la economía. Para desempeñar este rol, los bancos tienen que volver a construir la confianza perdida a raíz de lo ocurrido en los últimos tres años. Esto implica llevar a la práctica las lecciones aprendidas desde el inicio de la crisis para convertirnos en mejores, y más eficientes, ciudadanos.
Para expresarlo de forma clara, el sector privado tiene la obligación de ser el motor del crecimiento y de la creación de empleo, y los bancos tienen un papel vital en esta tarea.
Además, hasta este momento los bancos habíamos explicado muy vagamente cómo contribuimos a la sociedad. Ha llegado el momento de solucionarlo como parte del proceso de recuperación de la confianza en lo que hacemos.
Explicado de forma sencilla, los bancos administran los depósitos que les han confiado los particulares, las empresas y los Gobiernos. Los bancos, a su vez, dedicamos ese dinero para, entre otras cosas, ayudar a la gente a comprar viviendas o a prestar dinero para el crecimiento de las empresas.
Los bancos también facilitamos servicios esenciales para gobiernos y empresas, como garantizar el acceso directo a compradores globales de deuda y acciones, y establecer, de esta forma, mercados de compraventa grandes y estables. Algunos tildan estas actividades como mera especulación financiera; no obstante, estos mercados prestan servicio a una necesidad fundamental de los clientes, con lo que la caricaturización como jugadores que apuestan es falsa.
Por supuesto, para satisfacer las necesidades de los clientes los bancos deben ser más seguros y más fuertes de lo que lo eran antes de la crisis. En este sentido, se puede observar que muchas cosas han cambiado en el sector financiero. Los bancos hoy no toman tanto prestado, tienen más capital y disponen de fondos más estables y con mayor liquidez para prestar. Los bancos fuertes desean regulaciones fuertes, y nosotros creemos que, en el futuro, no debe comprometerse el dinero del contribuyente en el rescate de un banco.
Pero tres años después de la crisis financiera de 2008 todavía nos enfrentamos a desafíos considerables, como demuestra la actual crisis de la Eurozona. Por eso, no es de sorprender que mucha gente dude de que las cosas hayan cambiado realmente.
El único camino válido para que los bancos recuperen la confianza de la opinión pública es llegar a ser mejores ciudadanos. Esto empieza por cómo nos comportamos y demostrando que actuamos con confianza e integridad. En un banco esto significa que los intereses de nuestros clientes deben ser el centro de todas las decisiones que tomamos.
En 1970, Milton Friedman -uno de mis economistas favoritos- escribió un influyente artículo en el que afirmaba que el único propósito social de un negocio es aumentar sus beneficios. Yo discrepo de este planteamiento.
Los negocios deben incrementar los beneficios de forma que a la vez se cree un valor sostenible para el accionista, no solo un beneficio a corto plazo. Esto es aplicable a todas las industrias, no tan solo al sector bancario. Miremos como ejemplo el camino que compañías como Unilever, PepsiCo y Nestlé están forjando.
Los bancos pueden y deben hacer lo mismo centrando sus intereses en los de sus clientes y las comunidades a las que sirven. El desafío es encontrar el equilibrio entre nuestras obligaciones con todos nuestros grupos de interés, tanto clientes como accionistas -incluidos los fondos de pensiones que ayudan a millones de personas en todo en mundo a ahorrar para su jubilación-.
Esto no siempre es fácil, y las decisiones que tomamos todos los días -como en cualquier otro negocio- están imbuidas de dilemas inherentes. Pero tenemos que afrontarlas sobre la base de que si hacemos lo correcto con nuestros clientes, accionistas y las comunidades en las que operamos nos aseguraremos que esas decisiones sean en su mayoría correctas.
Por eso, pienso que la respuesta a la pregunta que me plantearon hace tres años es que los bancos SÍ deben ser buenos ciudadanos. Soy consciente de que para que esto sea creíble será necesaria una diferencia visible en la forma en la que participamos en la sociedad. Probablemente no sea apreciable de un día para otro. Estamos todavía en un estadio inicial, pero estamos decididos a trabajar por ello y me comprometo a que se convierta en una realidad.
Bob Diamond es consejero delegado del Grupo Barclays.
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