_
_
_
_
OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El debate

Juan Cruz

En España no sales elegido y te enfadas. En la vida cotidiana, en la escalera, en las elecciones a delegado de curso, en los premios literarios. No estamos acostumbrados a que nos vean perder. Allí donde hay más de dos en liza siempre hay uno, el que pierde, que tiene el enfado como respuesta a la voluntad ajena a decidir entre uno y otro. ¿Y el que gana? El que gana lleva cara de ganar antes de que termine la pelea. Por eso luego hay tanto crujir de dientes cuando no gana.

Ganar es el otro lado de perder, simplemente. No hay que darle más vuelta a algo tan viejo como Grecia, y como la democracia. Ahora hay elecciones, como es archisabido, y arreglan sus sables unos y otros. En realidad, los llevan engrasados desde que olía a elecciones. Es decir, desde que comenzó la crisis de nunca acabar. Y, como es natural, el trámite simple de la democracia, acaso el más ruidoso y a la vez el más silencioso de los sistemas de elección, decidirá quién gana. Las encuestas son escaramuzas que ponen a prueba la pituitaria delicada de la población. El otro día me encontré en una reunión a una encuestada. La habían llamado, sí, pero nadie de la reunión había recibido ese requerimiento: ¿por quién va a votar? Pero las encuestas existen, se hacen, hay institutos que juntan su olfato con los datos y ven venir la ventolera. Y luego lanzan predicciones. Las que hay ahora son abrumadoras. Darían ganas de decir: ahórrense el trámite, tengan el domingo libre. Pero, como dice Arturo Pérez-Reverte, hasta que el rabo pasa todo es toro, y el toro sale el 20-N, qué fecha para un toro.

En este caso, como decía el editorial de este periódico el último jueves, a las encuestas habrá que añadir el efecto que tenga el debate de mañana en la televisión. Eso es cierto. Depende de los ojos de Rajoy, de las manos de Rubalcaba, del gesto de cada uno de ellos ante quien modere que un señor de Logroño o una señora de Murcia se digan a sí mismos: pues a mí no me ha gustado cómo ha mirado en la pantalla, voy a cambiar mi voto. Dirán eso, quizá, o no dirán nada, así que votarán en función de lo que ya hayan pensado sin tener en cuenta lo que escuchen en la tele. Quizá. ¿Y si no? Eso debe preocuparle mucho al concursante que vaya ganando. El que va perdiendo no tendrá más que perder, pensará, así que se sentirá más suelto. Pero, ¿y el otro? Es difícil ponerse en el pellejo del ganador, pues una simple brizna de paja en un ojo le puede hacer descender en las encuestas.

Es decir, es posible una cosa y su contraria. Pero el mismo debate sobre el debate pone de manifiesto lo lejos que estamos de tener, todavía, una democracia engrasada para grandes ambiciones. Ahora escribo desde Nueva York, en el corazón multipolar de América, donde la mera sospecha de que no haya debates sería tomada como una ocurrencia selvática. En España aún debatimos, antes de que los contendientes acuerden que van a debatir, si debe haber o no debe haber debates. La televisión (y la radio, y los periódicos, en cualquier formato) se hicieron, como decían Pulitzer y Arthur Miller, para que la nación se mirara al espejo. Esta cicatería política española ante los debates electorales sólo debe ser, me imagino, una de las secuelas de la peor de nuestras enfermedades: la falta de uso de la democracia. Ahora tendremos debates, pero cuánto nos cuesta. Y como nos cuesta, pues tenemos uno solo. Por si nos gusta. -

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_