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Columna
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La pócima más saludable

Ya estamos en el último tramo de la campaña electoral que se ha prolongado casi a lo largo de la legislatura. Durante todo este tiempo los augures más calificados -peritos demoscópicos e ilustres analistas- han razonado y coincidido en el pronóstico: la derecha ganará por goleada. Ya es una cantinela alentada por los voceros mediáticos más interesados. Incluso en el mismo seno del PSOE, que aparece como el principal damnificado, se perciben signos de entreguismo ante la pregonada fatalidad de su derrota. Tan es así que podríamos ahorrarnos los comicios. Al menos en esta ocasión quizá procediese que los partidos en liza negociasen el reparto de escaños con arreglo a los sondeos. Aliviaría el trámite y la garrulería.

Sin embargo, por contundentes que sean las encuestas de opinión, la izquierda no concurre a estas elecciones tan desarmada ni vencida como se vaticina. Tiene sus opciones. Por lo pronto, podemos todavía confiar en que se movilicen los sectores progresistas desencantados, menos o nada aferrados a unas siglas concretas y tentados por la abstención, para quienes escribimos en realidad estas líneas. Y después, que este mismo universo votante ejercite el pragmatismo y se incline por el candidato con mejores opciones de victoria y también más dotado. A nuestro juicio, ese no es otro que Alfredo Pérez Rubalcaba, de quien damos por conocido su perfil biográfico, del que se desprenden dos conclusiones: una, que será un aferrado -además de hábil- defensor de los derechos sociales y libertades: y dos, que puesto al timón del gobierno, siempre navegará a babor. Más o menos moderado, pero a izquierda. Buenos están los tiempos para aventurarse en singladuras imposibles.

Sí, ya estoy oyendo las objeciones, sobre todo la gran objeción de los más puros e intemperantes: ¿cómo trasegar la pócima que supone darle el voto al PSOE? Pues sí, es un trago, tanto más para cuantos nunca le han dado ni los buenos días a las huestes socialistas y ahora se sienten abocados a perder tal virginidad. Hasta nosotros mismos con solo mentarlo sentimos el cilicio y únicamente nos consuela que claudicamos porque la democracia afronta una situación de emergencia. ¿Pero hay otro remedio que no sea el suicidio? Como escribe el profesor Josep Fontana, los socialistas merecen un castigo "pero es terrible que la solución sea entregar el país a los posfranquistas".

Desde este País Valenciano visto, sabemos muy bien que la confirmación de ese riesgo aparentemente inexorable podría traducirse en la entronización de los Cien Mil Hijos de Alí Babá, esos que, en palabras de su líder Mariano Rajoy, nos han de devolver la felicidad. Cuánto mejor no sería que nos devolviesen lo mucho que por estos pagos se han afanado mediante sus chanchullos y despilfarros. Por no hablar de la alergia que el facherío siente por las libertades. Qué pavor, cristo, qué pavor cuando imaginamos a Federico Trillo o Esteban González Pons -el lector puede completar la lista de dilectos- gobernando una España teñida toda ella de azul. A la luz de este mal sueño, Jorge Alarte, Leire Pajín y demás compaña nos siguen pareciendo una calamidad, pero nada comparable al mentado esperpento que acecha.

Así las cosas, recomendamos votar a Rubalcaba sin mirar la lista que le acompaña, como quien se atiza un trago de aceite de hígado de bacalao. Sabe a demonios ¿recuerdan?, pero es saludable y, en esta oportunidad, además, es lo más inteligente.

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