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ENTRE FANTASMAS | FÚTBOL | Undécima jornada de Liga
Columna
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Patadas a contra pie

Emulando a Bill Brison, autor de Una breve historia de casi todo, podríamos empezar diciendo que se necesitaron millones de átomos errantes para que Messi diera una patada a un balón. Y, por extraño que parezca, la conjunción de otros tantos billones de átomos se han requerido para que yo vea, plácidamente sentado ante la pantalla de un televisor, las patadas de Messi o las correrías de Ronaldo, con los goles, oportunamente intercalados, del a menudo olvidado, y siempre decisivo, Higuaín. Tampoco deja de ser sorprendente el que aceptemos con naturalidad que las imágenes surquen el espacio, abriéndose paso entre miles de millones, para llegar hasta nuestro salón acompañadas en su vuelo por ruidos y voces que, a su vez, pugnan por hacerse oír con nitidez en un guirigay de sonidos y palabras que, proviniendo de remotos lugares y en dispares trayectorias, se entrecruzan ininterrumpidamente sin perder el rumbo ni, aparentemente, dejar estela.

Perseguir palabras es un dudoso deporte solitario que se practica sentado y no adelgaza

Aceptamos sin aspavientos estos milagros cotidianos pero nos asombramos, valga el ejemplo, de los datos recabados por el antropólogo Tino Pertierra según los cuales el artículo 84.2 del Código Civil rumano prohíbe que los padres pongan a sus hijos nombres como Semáforo, Paracetamol, Cojón, Muerto, Tonto, Culo, Hitler, Basura, Pezón u otros apelativos indecentes o ridículos que constan en el Anuario Estadístico de la Dirección General de Evidencia donde, en 2010, hay registrados 3 Cojones, 581 Muertos, 1 Tonto y algún que otro Culo. Por cierto, el Consejo Superior de la Magistratura tampoco admitiría nombres como Doctor, Agrio o Mariano Monamour. Confieso que lo de Mariano Monamour me deja perplejo. No veo razón alguna para que un niño no pueda llamarse así, salvo que en Rumanía ello presuponga sospechosas inclinaciones de índole sexual. Por lo demás, estoy de acuerdo en prohibir los nombres anteriormente mencionados.

Imaginemos, por un momento, que los así llamados llegaran a formar parte de un equipo de fútbol profesional y el locutor de turno se viera constreñido a decir algo parecido a Cojón pasa a Culo para que Pezón remate de cabeza sin que Paracetamol pueda impedir que Basura marque gol. O imaginemos algo más plausible: un público mayoritariamente llamado Tonto elige en votación democrática a un presidente previsiblemente llamado Hitler que contrata a un entrenador llamado Agrio y, a pesar de la contribución de un árbitro llamado Semáforo, cosecha un resultado llamado Amargo. Perdonen el desvarío, pero ayer he vuelto de la boda de Mayra y Antonio en la fantasmagórica basílica de Covadonga y me va a costar reponerme del banquete de 300 invitados y rematar este maldito artículo cuya intrusión en las páginas deportivas sería difícilmente justificable si no consideráramos la caza y captura de las palabras como un deporte de alta competición.

Recuerdo, al respecto, la reprimenda que me endiñó el escritor escocés Bruce Marshall en el transcurso de la entrevista que le hice un sábado 17 de noviembre de 1962: "Cada vez me cuesta más trabajo escribir porque ustedes los periodistas han matado las palabras", clamó indignado, "¡todas las viejas y fáciles palabras han muerto a manos de los periodistas! Y, con las palabras, mueren frases enteras. ¿Quiere un ejemplo? Graham Geene ha encontrado títulos magníficos para sus novelas: Nuestro hombre en la Habana, El americano impasible... Pues bien, los tontos periodistas han asesinado los títulos aplicándolos una y otra vez a sus crónicas y entrevistas. Así, Fidel Castro ha sido ya más de mil veces Nuestro hombre en la Habana y Kennedy El americano impasible. ¡Los tontos periodistas, no contentos con cocer las palabras, las recuecen!".

La furibunda represalia gravita amenazadora sobre mí cada vez que, como ahora, afronto la página en blanco. Perseguir palabras es, en verdad, un dudoso deporte solitario que se practica sentado y no adelgaza. Por su parte, Bernard Shaw no vislumbraba ningún aspecto deportivo en el ejercicio literario y ninguna virtud saludable en la práctica del deporte. En consecuencia, se jactaba de que el único deporte que él había practicado en su vida era el de ir al entierro de sus amigos deportistas.

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