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Columna
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Pistas falsas

Se está imponiendo la idea y la imagen de que la Conferencia de Aiete se ha organizado y cerrado así, con la celeridad y las conclusiones que sabemos, para ofrecerle a ETA y su entorno una pista de aterrizaje, y también la consideración de que esa iniciativa era por ello necesaria y, para algunos, incluso imprescindible, que era algo que había que hacer. Me preocupa ese enfoque por muchas razones. En primer lugar, porque sitúa, una vez más, la carga de la responsabilidad donde no se debe, del lado de la sociedad vasca, y no donde se debería, en el terreno de ETA y su entorno. Entiendo que hablar de una pista de aterrizaje necesaria equivale, en ese sentido, a suscribir que corresponde a la sociedad vasca el papel de aceptadora y facilitadora, o que es tarea de nuestra sociedad no rebelarse ante ciertos planteamientos -esencialmente el que asume la citada Conferencia y que describe lo sucedido en estos años como un "conflicto armado" del que derivan consecuencias a resolver ahora, bilateralmente, entre las dos partes enfrentadas-, que es tarea social no rebelarse ante ese tipo de planteamientos, dejarlos estar, para ponérselo a ETA lo más fácil posible. Equivale, en definitiva, a invertir de nuevo el protagonismo de la deuda: en lugar de insistir en el debe colosal que ETA tiene con la sociedad, imaginar y enredarse en la hipótesis de que es la sociedad la que tiene que poner una vez más de su parte, de que es la sociedad la que le debe algo a ETA, la que debe concederle algo a ETA para que ésta lo deje para siempre.

Hablar de pista de aterrizaje necesaria es además, en mi opinión, una manera de proponer una visión distorsionada del propio vuelo de ETA, o de su capacidad para seguir volando. O si se prefiere, una manera de no insistir en que cualquier aterrizaje de ETA era ya de emergencia, porque se había quedado sin aire y sin combustible para seguir, porque la sociedad y los instrumentos de su democracia la habían dejado sin lo uno y sin lo otro, sin más margen de maniobra que el de plegarse a la evidencia de la firmeza del Estado de Derecho y del rechazo social, y apagar sus motores definitiva, irreversiblemente. No insistir en esa realidad del "sin aire" equivale, a mi juicio, a suscribir la tesis del "ni vencedores ni vencidos", esto es, a apoyar el propósito de que, después de este punto final, ETA pueda asentar alguna forma de postdata de negociación, consideración, contraprestación, reales o simbólicas.

No comparto ni la idea ni la imagen de esa pista de aterrizaje imprescindible. Considero que las inversiones de deuda, las distorsiones de diagnóstico, las equivalencias de responsabilidad que introduce en el debate -en un momento en que todo debe tener una calidad inaugural, de cimiento- son coordenadas erróneas, anotaciones injustas de la longitud y la latitud, históricas, sociales y morales de lo sucedido aquí en estos años. Son inaceptables e instransitables pistas falsas.

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