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Columna
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Puertas al campo

Los arquitectos están inquietos. En muy pocos años han pasado de dioses a plebeyos. Esto tiene que ver con la crisis, pero también con la evolución de la ciudad, así que es lógico que estén atentos a los signos que emite el nuevo poder municipal y que el principal reclamo colectivo sea "déjennos pensar la ciudad", es decir, volver a los orígenes. El ciclo de la transformación de Barcelona ha sido tan rápido que se comprende que la profesión sienta hoy el vértigo de mirar al vacío, y bueno es que encare el presente con vocación de debate público. El Colegio de Arquitectos, precisamente, es la sede de debates sobre la actualidad profesional que registran llenos históricos. Y no solo la Administración acepta personarse en estos debates, con sus objetivos y sus presupuestos menguantes, sino que Vicente Guallart, el jefe, se hace presente con discreción.

La sutura entre ciudad y naturaleza tiene que ser por fuerza protectora, sutil, impalpable, sin falsos aditamentos

La arquitectura catalana se consagró cuando los Ayuntamientos estrenaron democracia, y Barcelona, un proyecto minimalista de reciclaje urbano. Mucho antes de que Samaranch pronunciara en Lausana el nombre de la ciudad, abriendo el futuro a la gloria olímpica, Barcelona empezó a trabajar desde los barrios, y esto es importante porque dio a la reconstrucción una dimensión social y humana. Los primeros pasos fueron tan tímidos como inteligentes: adaptar nuevos usos para edificios y espacios obsoletos, y plantar señas de identidad allá donde solo había lucha y esperanza. Monumentalizar la periferia, ¿se acuerdan? Carme Fiol, que es quien organiza los debates en el colegio y que es una mujer que tiene mano precisa para concretar espacios, empezó abriendo plazas en rincones imprevistos.

Después, los Juegos significaron un cambio de escala y, en la década de los ochenta, los arquitectos fueron lo que hoy son los cocineros, es decir, fueron los mandarines, los referentes, los amados. Y si bien el proyecto olímpico más o menos mantuvo la coherencia, el ambiente estaba a punto para que irrumpiera el urbanismo de la frivolidad. Inevitablemente, la llamada "escuela de arquitectura de Barcelona" y su urbanismo ambicioso y equilibrado fueron barridos por las firmas internacionales y los proyectos ditirámbicos. Pero es que los arquitectos callaron. Es que, cuando tocaron presupuesto -fuese público o de corporaciones privadas en busca de una sede representativa-, también se sumaron a la grandilocuencia y hasta la extravagancia propia de una ciudad provinciana y estúpida, que es lo que Barcelona era en esos años. Es cierto que había voces disonantes, a través de plataformas como el FAD, pero las propuestas críticas que presentaban eran tan extremas que difícilmente generaban alternativas practicables.

Se comprende, pues, que los arquitectos quieran otra vez pensar en términos de ciudad y no de proyectos aislados, no de edificios que se cuelgan en el currículo como medallas de hojalata. Y que miren a la Administración como último asidero en un mercado que está directamente exangüe. Se hablaba, pues, de concursos, en el Colegio de Arquitectos y una persona joven se dirigió a los ponentes de las empresas municipales para decirles una cosa tan sencilla como: "No nos pidan solo la respuesta, déjennos hacer la pregunta. Si no podemos construir, como mínimo podemos pensar".

Y venía a cuento porque el Ayuntamiento acaba de abrir un concurso múltiple para diseñar 16 "puertas" de conexión entre la ciudad y su sierra madre, Collserola. Un concurso dirigido a equipos "multidisciplinarios", palabra que será voz de orden de todo el mandato. Collserola es un problema de acceso, porque o no hay camino o el camino solo es practicable en coche, excepto que uno sea un ciclista avezado. Poner puertas al campo es cosa delicada. La sutura entre ciudad y naturaleza tiene que ser por fuerza protectora, sutil, impalpable, sin falsos aditamentos ni estructuras sobrantes. Resulta que el concurso es tan abierto que en la práctica el Ayuntamiento está pidiendo soluciones imaginativas. A los equipos que seleccione en primera instancia les ofrece una remuneración tan bienvenida como rácana. Esta es, pues, la otra cuestión: queremos participar, queremos pensar, dicen los arquitectos, pero las ideas tienen un precio.

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Patricia Gabancho es periodista y escritora.

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