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OPINIÓN | LA COLUMNA
Columna
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Tiempo de pausa

Josep Ramoneda

El control de los tiempos es lo que da la iniciativa en política. Por eso, al entrar en el posterrorismo, la batalla se ha centrado inmediatamente en los ritmos. Bildu y Amaiur tienen prisa, para aprovechar el impulso de la renuncia de ETA a la violencia; el PNV tiene prisa por miedo a quedar descolocado y perder la centralidad y hegemonía de la que ha gozado siempre en la sociedad vasca. En cambio, el PP y el PSOE, metidos en campaña electoral, están de acuerdo en tomarse una pausa para que sea el próximo gobierno el que marque la pauta. En una posición intermedia se encuentra el lehendakari, Patxi López, que necesita cierto activismo para dar la impresión de que tiene la iniciativa.

ETA ha dado el paso. Ha tardado muchísimo en hacerlo. No tendría ningún sentido ahora que las instituciones se pusieran a correr a toda velocidad detrás de su decisión. Por supuesto que el escenario ha cambiado. Una pausa ayudará a recolocar las piezas antes de dar nuevos pasos. Es lógico que la gente de Amaiur intente capitalizar el momento: es su campaña electoral. Pero cualquier exhibición de agradecimiento a ETA por lo que ha hecho es obscena y además contradictoria con los argumentos que apelan a la reconciliación de la sociedad. El calendario ha venido bien. Zapatero tiene la merecida recompensa del fin de la violencia, y, si las encuestas no yerran, a Rajoy, es decir, a la derecha, le corresponderá resolver las cuestiones del día después. Se tendrán que tomar decisiones en materia de presos y de reinserción que la izquierda habría tenido muy difícil por la presión de los sectores de la derecha y sus medios de comunicación afines, que siguen negando el proceso de paz. Rajoy puede y debe hacerlo. La ley tiene los mecanismos necesarios para las decisiones que se requieren.

Después vendrá la política que tiene los cauces propios de la sociedad democrática. Aquí no caben excepciones. Las libertades políticas amparan a todos, los procedimientos obligan a todos. El cese de la violencia no ha tenido contrapartidas políticas, la disolución definitiva de ETA tampoco debe tenerlas. Del mismo modo que los que se resisten a reconocer la nueva etapa de Euskadi no pueden negar a los independentistas el derecho a desarrollar su programa a través de los cauces democráticos. Pero, por encima de todo, el País Vasco necesitará una profunda transformación cultural: son demasiados años de intolerancia, demasiados años de propuestas excluyentes, demasiados años del fanatismo de los que consideran que un proyecto político da derecho a matar.

Estos días, voces bien intencionadas, insisten en el discurso del perdón. Me parece que es un mal camino. ¿Qué sentido tendría que ETA pidiera perdón? ¿Quién puede creerse que una organización que ha matado a 829 personas se sienta culpable de haberlo hecho? No, yo no quiero que ETA pida perdón porque conduce a una falsa simetría, entre los verdugos y las víctimas. El perdón es algo muy serio que sólo puede surgir de personas concretas cuya reflexión personal les ha conducido al arrepentimiento sincero. Que éstas pidan perdón y que sea reconocido por las víctimas es deseable. Que lo pida ETA sólo podría ser un rito autoexculpatorio, un nuevo bombardeo de cinismo sobre la sociedad vasca. La reconciliación es un proceso lento, que se cuece en el día a día y no en los grandes aspavientos. Y en el reconocimiento de todas las víctimas. Pero esta tarea no incumbe a los verdugos, sino a la sociedad.

Hay un discurso que insiste en presentar a los etarras como unos monstruos de la naturaleza, que tendrían su prolongación en las gentes de la izquierda abertzale. Este discurso pretende mantener al margen a esta parte de la sociedad en la nueva situación. Los etarras y los que les han jaleado son tan humanos como cualquiera y su comportamiento sólo prueba lo que sabemos desde Adán: que es tenue el velo que separa a las personas de la barbarie. Esta condición humana compartida es la única base para pensar que es posible retomar el diálogo y la convivencia, una vez calladas las pistolas. El hombre es capaz de la barbarie pero también del arrepentimiento, del fanatismo pero también de la generosidad. De la siembra del fanatismo surgen los grandes obstáculos para que el País Vasco gane la normalidad democrática. El fanatismo de los que creen que las personas son medios para un gran fin y no fines en sí mismas; el fanatismo de los que no quieren que la paz llegue al País Vasco, por si diera frutos políticos no deseados. -

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