Entre Artaud y Dalíé
Narrativa. "Diles que son cadáveres y que jamás resucitarán de entre los muertos", les espetó Antonin Artaud a sus colegas antes de abandonar el salón donde celebraban un cóctel literario una noche de mediados de agosto de 1937, cuando el poeta se disponía a abandonar París y embarcarse rumbo a Irlanda en busca de los rastros de los celtas y de la cultura precristiana, siguiendo un impulso análogo al que, a principios de 1936, lo había llevado a México, al país de los Tarahumara, de donde, con ayuda del peyote et alii, regresó poseído de una violenta pasión crística que poco después le llevaría a "buscar este Dios de caridad eterna entre los irlandeses", breve viaje del que -tras ser detenido, encerrado en un sanatorio y finalmente expulsado de allí- regresaría a París para ser ingresado de por vida en un asilo.
Diles que son cadáveres
Jordi Soler
Mondadori. Barcelona, 2011
195 páginas. 18,90 euros
Salvador Dalí y la más inquietante de las chicas yeyé
Jordi Soler
Mondadori. Barcelona, 2011
215 páginas. 16,90
Las peripecias de este viaje (y cuanto lo precedió) nos las cuenta Jordi Soler en Diles que son cadáveres a través de un narrador devoto de Artaud, que prepara una antología y un ensayo sobre el poeta en el tiempo libre que le deja su trabajo como agregado cultural de la Embajada mexicana en Dublín (lo que propicia salpicar el relato con jugosos apuntes sobre ciertos eventos de la cultura oficial o institucional) y al que un buen día el presidente de Artaud & Co. le encarga "rescatar" de la catedral dublinesa el bastón de San Patricio, que en su viaje Artaud devolviera al pueblo irlandés, tarea en la que al narrador, como antes al poeta, lo acompaña un estrambótico personaje.
Hay una relación especular entre ambos viajes y hay, sobre todo, un magnífico y sugestivo juego literario porque la relación entre una y otra aventura está invertida, reflejándose al par la inicial dimensión mítico-poética y el orbe de una realidad sobre la que después pivotaría el conflicto del nacionalismo armado. Además de la aventura, repleta de episodios de muy varia naturaleza (incluido un breve psicodrama), esta novela tiene también su dosis de intriga detectivesca y una inflexión metaficcional que da entrada a anotaciones sobre una narración (y su proceso: modos, objetivo, indagación, selección, etcétera) que, en parte, acabará siendo "la (hilarante) historia de mí mismo con el bastón de Artaud", según advierte el propio narrador.
Jordi Soler combina y dosifica muy bien los ingredientes de su novelesco puzle, sin caer en la tentación de explayarse innecesariamente sobre Artaud y su obra ni tampoco desviarse por las demás filiaciones literarias que colindan con la aventura esencial (el posible encuentro de Malcolm Lowry y Artaud en México o la omnipresente sombra de Joyce en Dublín, por ejemplo) y mantiene un ritmo muy equilibrado entre la acción y sus remansos discursivos. El juego literario latente (que no tiene por qué advertirlo el lector) añade un plus de diversión y, desde luego, eleva la valoración crítica de Diles que son cadáveres, novela en la que Soler fusiona varios moldes narrativos, pues a los ya señalados deben añadirse retazos quijotescos, resortes apicarados, o el muy joyceano modo de trocear la realidad que tanto inquieta a este atribulado narrador, cuya aventura (como la de Artaud) no tiene un desenlace airoso: en un modesto barrio parisino, gritando por las calles la historia de su bastón, y... ¿lo adivinan?
Una mirada igual de incisiva, atenta al dato revelador, detalles o anécdotas de naturaleza ingenua, grotesca o trágica pero siempre sorprendentes en tanto que singulares y a menudo anunciadores de una vida o de un destino, sobrevuela los retratos de -entre otros- Al Capone, Charles Manson, Dennis Hopper, Elvis, Nadia Comaneci, El Zorro o la liliputiense Lucía Zárate, protagonistas de los textos que componen Salvador Dalí y la más inquietante de las chicas yeyé, título procedente de una de las tres crónicas autobiográficas que también incluye este divertido libro, donde se evoca el encuentro, más psicodélico que surrealista, del "genio" y la cantante Françoise Hardy (¿recuerdan? Tous les garçons et les filles de mon âge...) en el Ritz de Barcelona en 1970. Hay más encuentros y desencuentros: los de Janis Joplin y Leonard Cohen, los de Edmond Wilson y la poeta Edna St. Vicent Millay o los oscuros y dramáticos reveses de la realidad contra la que Andersen levantó el mundo luminoso de sus cuentos. Y hay también en estas páginas muchos enigmas e intrigas que Jordi Soler nos cuenta maravillosamente, en un recorrido tan sentimental como irreverente por esta galería de retratos compuesta por personajes legendarios e inmortales, tribus ancestrales, aventureros varios, iconos de la cultura pop o frikies.
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