El fin de ETA, superar el pasado
A través de las páginas de EL PAÍS, leyendo las diferentes crónicas, el repaso de la historia trágica de ETA y las colaboraciones, artículos de opinión y editoriales se podría trazar una línea de coherencia que sirviera para dejar de lado los apriorismos y los escepticismos de ciertos juicios apresurados y centrarse en lo esencial.
La organización terrorista, forzada por el acoso democrático y policial, declara dar por terminada la actividad criminal, lo que la mayoría de la sociedad considera la victoria de sus principios y la derrota de los objetivos del terror. ETA no anuncia su disolución definitiva, como tampoco lo hicieron muchos otros grupos armados anteriores, recuerdan Unzueta y Sánchez Cuenca. Sin embargo, no volvieron nunca más a las armas. Llega, por tanto, la hora del reconocimiento de los actos pasados y de la justicia (Intxausti) y de la reconciliación social en abierta confrontación civil y política (Baglietto), para construir el futuro entre todos. La historia de 43 años de terror no podrá prescribir legalmente, pero, en todo caso, a medida que se haga debe servir para deslegitimar la violencia pasada y para descartar un supuesto "punto medio entre víctimas y verdugos" (Innerarity). Como concluye, esperanzado, el editorial: "Si la democracia ha triunfado contra quienes asesinaban y extorsionaban, no hay razones para temer que sucumba a manos de quienes, sin armas, se han plegado a aceptar sus reglas".
Habérselas con el pasado y superarlo, según la conocida fórmula alemana, Vergangenheits-bewältigung, ha llevado mucho tiempo y ha provocado numerosos debates en las sociedades europeas desde 1945, con resultados discutibles y controvertidos. Sería muy conveniente que los españoles ahora huyéramos de las urgencias que pretenden una solución inmediata para problemas que se arrastran desde décadas, como también de los intentos de cerrar en falso el pasado. Y habrá que dar paso sin temor a la discusión libre y plural de cuantos asuntos afecten a la sociedad del futuro.
