Una historia sin parteras
La nueva Libia nace con ese tiro descerrajado a Gadafi, prisionero y herido, ante las cámaras
La partera todavía anda muy atareada en estos tiempos. Recuerden al viejo Marx: "La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una sociedad nueva". En Europa se le acabó la tarea, al menos hasta los glacis de Rusia. Debió acabar mucho antes. Por ejemplo, a partir de 1989, cuando cayó el muro de Berlín y regresó la libertad para los países atornillados por Moscú al extinguido Pacto de Varsovia. No pudo ser: prendió en los Balcanes primero, rebrotó en el Cáucaso y todavía mantiene algunos rescoldos en Ucrania, Bielorrusia y Moldavia.
Lo mismo sucedió en España. Pudo y debió ser en 1978, cuando los españoles se dotaron de su regla de juego. Y hubo luego más oportunidades: al terminar la guerra fría, con la paz en el Ulster, ante la polarización de un megaterrorismo demoledor y sin límites... Nada convenció a la vieja matrona ensangrentada, empeñada en permanecer en el que fue el más violento continente de la historia y ahora se ha convertido en todo lo contrario.
Una historia que por nada del mundo quiere transcurrir con partos de dolor y de muerte, eso es Europa. El relato de la libertad que excluye a quienes saben tomar ventaja de la violencia. Por eso el mismo día en que se retira avergonzada de la península Ibérica, encapuchada pero todavía arrogante en su derrota, muestra en Sirte una ferocidad magistral. A esa vieja sanguinaria e injusta le complace de vez en cuando dar a cada uno su merecido, en proporción a la crueldad de su resistencia al cambio. A Ben Ali, que aguantó poco, el exilio. A Mubarak, que se resistió hasta el último día a tirar la toalla, la cárcel. A Gadafi, que redobló sus instintos asesinos para acallar las protestas, la guerra civil, la derrota y la ejecución sumaria y sin juicio.
Mucho les costará a los árabes expulsarla de su territorio. Aunque sus servicios sean indeseables, fácilmente se cuela en las casas y se instala con su guadaña entre la gente. Ahora, gracias a los móviles y a las redes sociales, nos llegan en tiempo real las imágenes repugnantes de su siega sangrienta. Ya sucedió en 1989, con la filmación del juicio irregular y fusilamiento del matrimonio Ceausescu en Bucarest; como ahora desde Sirte, con esas imágenes captadas por los móviles del apresamiento, vapuleo y disparo en la sien al tirano.
La nueva Libia nace con ese tiro descerrajado a Gadafi, prisionero y herido, ante las cámaras. Como muere un perro. O una rata. Los animales que le gustaba evocar al dictador para despreciar a sus enemigos. Este nuevo mundo sigue alumbrándose en la sangre y el dolor. Como siempre. Un punto de partida difícil para que los libios se den libremente una regla de juego que a todos les pacifique e incluya. Y un mal presagio para las transiciones tranquilas. Los árabes, como los europeos, merecen también una historia sin parteras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.