...Y el panda estornudó
¿Qué tienen en común un niño que balbucea medio loco tras una anestesia bucal, una novia enamorada que canta y saca los colores a su futuro marido en plena boda, y un oso panda que parece infectado por un virus? Son vídeos 'amateur' de YouTube que se han expandido como la pólvora por la Red gracias a millones de clics.
En los últimos cuatro años, unos 28 millones de personas han visto la Torre Eiffel, otros 20 el Gran Cañón del Colorado y al menos 16 el Coliseo romano. Ni sumando tanto par de ojos en parajes de visionado masivo se roza los que se han posado, en el mismo espacio de tiempo, sobre un bebé londinense llamado Charlie cuyo mayor mérito es morderle el dedo a su hermano. Charlie bit my finger no es más que eso: una grabación casera que no llega al minuto de duración de dos niños británicos sentados en un sofá. El mayor, Harry, mira a cámara y anuncia, divertido, que el bebé Charlie le ha mordido el dedo. Como para demostrarlo, vuelve a meter el índice en la boca del rorro, que procede a roerlo con entusiasmo. La cara de Harry pasa del chiste a la amargura y al dolor. Se zafa de las fauces de su hermano y, escondiendo la mano herida, remata la historia lamentando que, efectivamente, "Charlie me ha mordido el dedo".
Los usuarios suben unas 48 horas de vídeo al minuto. Son 17.280 veces el metraje de 'Lo que el viento se llevó'
"Los vídeos virales están reemplazando otras formas de experimentar el mundo.La humanidad se ha hecho audiovisual"
La pregunta más pertinente de esta generación de incautas estrellas es: ¿qué beneficios tiene un seguimiento así de masivo?
No hay más. Ni trama, ni famosos, ni efectos especiales. Pero este vídeo triplica en audiencia a las películas más taquilleras desde 2007, cuando fue colgado en Internet (suponiendo que cada una fue vista por, al menos, 90 millones de personas). Aun dando por hecho que una persona esté detrás de varios visionados, sus hasta la fecha 377 millones de visitas lo sitúan muy por encima de cualquier producto audiovisual de nuestra época. Es, resumiendo, el vídeo amateur más visto de YouTube.
A la principal plataforma de vídeos en Internet se suben unas 48 horas de vídeo al minuto. Eso son 17.280 veces el metraje de Lo que el viento se llevó al día. Entre tan apabullante cantidad despuntan vídeos rudimentarios como este. Justin Bieber y su Baby rondan los 500 millones de visionados y son, numéricamente, lo más visto de YouTube, pero los videoclips obedecen a una lógica demasiado televisiva para compararlos con estas pequeñas viñetas nativamente cibernéticas. Hay un manual de cómo masajear un muslo que ha sido visto 250 millones de veces. Un bebé riéndose, 200. Hasta una ardilla de mirada aviesa cuenta con 31 millones de visionados. Suenan superficiales, pero mueven masas como una producción millonaria. "Es por la cantidad de emociones humanas que despliegan", aclara Anandam Kavoori, profesor de antropología cultural en la Universidad de Georgia (EE UU) y autor de The YouTube reader. "En Charlie... los comentarios del público reflejan el considerable placer que encuentran en momentos específicos de la trama ('me gusta el segundo 18, cuando el bebé hace ese ruido', 'Me encanta la cara que pone en el segundo 21')".
Acaban calando no ya en nuestra cultura de usar y tirar, sino en la percepción colectiva de este nuevo medio. Son, según Kavoori, necesarios en el nuevo paradigma de la comunicación digital. "Tradicionalmente nos comunicábamos de otra forma. Por el oído, el olor, el tacto. Pero el giro a lo digital es un giro a lo visual. Ahora conectamos tanto con los vídeos virales [los que se transmiten por correo electrónico y redes sociales] que están reemplazando otras formas de experimentar el mundo. La humanidad se ha hecho audiovisual. La imagen no es continente de información; es contenido".
La historia es la de siempre. Un desconocido sube un vídeo para que lo vea un amigo y acaba teniendo millones de seguidores. Como David DeVore. Este agente inmobiliario de Florida (Estados Unidos) estrenaba cámara de vídeo el día de 2008 que llevó a David, su hijo de siete años, al dentista para que le quitaran un diente. Decidió filmar el trayecto. Tras la operación, el niño iba tan noqueado por la anestesia que, sentado en el coche, le regaló a su padre un soliloquio de dos minutos en el que pasaba del delirio psicotrópico ("tienes cuatro ojos", le dice con la mirada perdida y la cabecita tambaleante) al drama metafísico ("¿Es-estoy en la vida real?"). "No lo subí a YouTube hasta el año siguiente", recuerda DeVore. "Fue un viernes. El domingo siguiente tenía 10.000 visionados. El miércoles, tres o cuatro millones". Hoy tiene 100 y es una de las escenas más icónicas de la cultura de Internet. Este año, el pequeño David ha aparecido en un anuncio durante la emisión más vista en la historia de su país, la Superbowl. Fue visto por menos personas que en tres meses en Internet.
David y su tajada tumban a la mayoría de vídeos del creciente catálogo youtubiano. Por ejemplo, los valiosísimos testimonios de los abusos del régimen sirio que se suben cada día y que ya le gustarían a la CNN. "Es normal", asegura Pelle Snickars, autor de Reading YouTube. "En todo el siglo XX, las masas nunca han consumido vídeos políticos. Hay muchísimos documentales importantes, pero Hollywood es más popular. YouTube sigue una lógica similar".
Pero las modas en Hollywood se reemplazan. David y Charlie llegaron a Internet hace años y aún no han sido desbancados. "Es que YouTube ha crecido tanto que ya no une", anuncia el artista Chris Moukarbel, que en unos meses estrenará un documental sobre la plataforma. "Hay una generación de usuarios que ha crecido viendo a gente cotidiana haciéndose famosa y quiere ocupar ese rol. Aconsejan maquillaje, critican videojuegos... Y su audiencia se diversifica". El trono de los fenómenos virales clásicos es inamovible.
"¿Otra vez lo de YouTube?Me vas a disculpar, pero me da una pereza horrible". Hace seis años, cuando Carlos era universitario, se fue de vacaciones a Dénia (Alicante). Allí le dio calabazas una chica en una noche de juerga. Él se desquitó, como corresponde, en casa. En un desopilante monólogo, relató a un amigo la negativa y razonó su alivio por no haber pillado con semejante "hija de una hiena". El amigo lo grabó y el 11 de abril de 2008 lo colgó en YouTube. El célebre Contigo no, bicho, tiene hoy casi seis millones de visitas. Carlos pasó de estudiante de arquitectura a celebrity de andar por casa. Ahora intenta llevar su carrera como arquitecto por otro camino. "No huyo del vídeo. No me molesta que se me acerque la gente por la calle", explica. "Pero no fue algo que buscara. Quiero dejarlo morir en paz. Nunca quise ser famoso. Me agota que me llamen para preguntarme por algo de hace años".
Lo tiene difícil. En su espirituoso despecho, Carlos dio en el clavo de este nuevo género. Porque su aflicción es reconocible para todos. Eso engancha. "Lo que hacen los actores, los ricos, las productoras ya lo sabemos. Pero ¿qué hace el vecino? Si es real, si se parece a mí y tiene algo de peculiar, me interesa", analiza José Antonio Ruiz San Román, profesor de sociología en la Universidad Complutense. "Tendemos a compartirlo, como una buena novela o un buen reportaje que han calado la situación que nos interesa".
La geografía también le sonríe. España es el segundo país del mundo en el que más vídeos online se consumen: lo hacen un 86% de los internautas, según un estudio publicado hace unos meses por la consultora Accenture. Justo por debajo de Brasil (89%) y por encima de Estados Unidos (80%). El caldo de cultivo perfecto para estrellatos inesperados como el de Vanesa Acosta. Esta sevillana de 31 años decidió sorprender a su novio con una repentina interpretación del Quiéreme, de Nuria Fergó, en plena boda. Sus amigos la instaron a compartir la grabación de su cuñado en Tuenti (era 2009). Para ello tenía que fichar por YouTube. Hoy, Boda de José Carlos y Vanesa (también conocido como Novia sorprende a novio en plena boda) tiene cinco millones y medio de visitas, más otros tantos en versiones colgadas en otras cuentas.
Al igual que Carlos, Vanesa rehúye de la fama que le ha reportado una audiencia digna de prime time histórico. Ambos casos abren, y resuelven a su manera, la pregunta más pertinente de esta generación de incautas estrellas del píxel: ¿qué beneficios tiene un seguimiento así de masivo?
Es 1999. Lesley Hammond, una realizadora de documentales australiana, filma con su equipo a dos osos pandas, un bebé y una adulta, en el centro de conservación e investigación de Wolong, al suroeste de China. "De repente, el bebé grita para llamar la atención. Un grito agudo y certero", recuerda. "La madre pega un bote del susto y nos mira a nosotros, como para que le expliquemos qué acaba de ocurrir". El incidente queda grabado. Un momento más en un documental que estrenan al poco. Años después, ya en Australia, a Lesley se le rompe un ordenador en la oficina. Llama al chico de mantenimiento. "Nos dijo: 'Vosotros hacéis cosas con pandas, ¿no? Tenéis que ver esto'. Y nos puso una cosa llamada Sneezing baby panda [el panda que estornuda], que era lo más en YouTube en la época. ¡Era nuestro propio vídeo! Un japonés lo había puesto en la Red y tenía millones de visitas". El panda que parece estornudar ha sido visto 124 millones de veces. Se ha utilizado como símbolo del éxito viral en YouTube en South park, en el documental biográfico de Justin Bieber y en varios productos más. Pero Hammond y su equipo técnico apenas han visto ni un euro.
Capitalizar estos éxitos de audiencia es el gran desafío de sus protagonistas. Cada uno tiene sus propias técnicas. "YouTube cede parte de los beneficios a los creadores que se apunten al Partners Program", explica María Ferreras, directora de alianzas estratégicas de YouTube en España. "Pueden poner un anuncio antes del vídeo y se le da un porcentaje variable de las ganancias". DeVore ha ganado más de 100.000 euros con el colocón de su hijo. Howard Davies-Carr, el padre de Charlie y Harry, piensa comprarse una casa con la tarascada del niño. Lesley quiere ir mucho más allá: "Estamos rodando un falso documental, una película biográfica del panda que estornuda", anuncia. "Nos parece estupendo que la gente disfrute con el material, pero si podemos aprovechar su enorme éxito, lo haremos".
Tienen que sentar precedente. Se avecina una generación de triunfos cotidianos. Y les mirarán a ellos para saber de dónde sacar provecho. "Los vídeos cotidianos no son algo pasajero. Han llegado para quedarse. Vamos a ver cosas grandes salir de ese mundo", sentencia San Román. "La historia del cine es la historia de una élite social. En el siglo XXI, esto está cambiando silenciosamente".
Los mayores éxitos videomusicales en Internet
1. JUSTIN BIEBER & LUDACRIS. Con Baby, es número 1 desde julio de 2010. La canción del canadiense es el primer vídeo en superar los 600 millones de visionados.
2. LADY GAGA. La canción Bad romance ocupa, con 417 millones de visionados, un puesto referencial en YouTube.
3. SHAKIRA. El Waka Waka (This time for Africa), himno del Mundial de Sudáfrica, recibió tres millones de visitas diarias durante el campeonato. Ahora está en 400 millones.
4. JENNIFER LÓPEZ & PITBULL. On the floor se subió en enero, con gran éxito, un mes antes de su lanzamiento. En siete meses casi alcanza a los 400 millones de visionados de Shakira en año y medio.
5. EMINEM & RIHANNA. También roza los 400 millones de visitas Love the way you lie. Tiene el récord de visionados instantáneos: 6,6 millones en 24 horas.
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