Agenda global, acción global
El 15 de octubre ha sido un éxito. Más allá de las cifras de aquí o de allá, lo que pone de relieve es que en todo el mundo se empieza a ser consciente de que no hay solución a los problemas locales sin respuestas también a escala global. Los que veían en las movilizaciones del 15-M un simple estallido de indignación que no tenía demasiadas posibilidades de persistir se equivocaron. Los que pensaban que la confusión y el aparente caos de las acampadas, junto con la falta de un programa concreto de demandas, iba a generar el rápido languidecimiento del movimiento se equivocaron también. Lo hicieron asimismo quienes interpretaron los hechos de mayo en clave de manipulación electoral. Los sucesos de la primavera árabe, del mayo español, o las secuelas diferenciadas pero similares en Israel, India o recientemente en Nueva York y en el conjunto de Estados Unidos apuntan a algo más. Lo que está en juego es un problema estructural y global, no una simple y reactiva respuesta a la coyuntura de crisis en uno u otro país. Empieza a estar meridianamente claro que lo que se ha roto de manera definitiva es la capacidad de los poderes públicos, de los Estados, para regular, ordenar y controlar la actividad financiera a escala mundial. Y no solo eso. También está claro que los errores, la codicia y la inmoralidad de unos pocos acaban teniendo que ser alimentadas y consentidas por el dinero y los votos de la inmensa mayoría. Está en juego la forma en que entendemos la economía: como palanca de generación inagotable de riqueza para unos pocos o como artificio humano para resolver necesidades también humanas. Como bien expresa el movimiento Ocupad Wall Street, "queremos unas políticas que sirvan para el 99% de la población y no para que estén al servicio del 1% más rico y poderoso". Y eso, a diferencia de antes, no tiene por qué implicar más Estado o más subsidios, sino otra forma de entender lo público, lo colectivo, lo común.
Los que veían en el 15-M un estallido de indignación que no tenía demasiadas posibilidades de persistir se equivocaron
La agenda de cambio hoy en cada uno de los países tiene forzosamente que estar conectada con la agenda de cambio global. Es necesario superar los límites de los Estados nación, por arriba y por abajo. Por arriba, construyendo espacios que puedan responder al reto planteado por la especulación financiera y la codicia, que operan sin reconocer fronteras ni gobiernos. Por abajo, poniendo en marcha proyectos y generando experiencias que demuestren que es posible vivir, relacionarse y subsistir de otra manera. El conflicto ha sido y es económico y social, pero ahora es también un conflicto político. La crisis de la representación es global. No afecta solo a los grandes partidos españoles o catalanes. La gente se pregunta con razón: "¿A quién representan los que dicen gobernarnos en nombre de nuestros intereses?". Zapatero y Rajoy son distintos, pero en lo esencial ahora, en su servilismo al diktat económico, les separan simplemente matices. Obama y Bush son evidentemente muy diferentes y en muchos aspectos. Pero ¿lo son con relación al corporategovernment que domina la escena norteamericana? La dinámica presente en las acciones que se sucedieron ayer en todo el mundo de no generar liderazgos representativos de las acciones, pone de relieve la pretensión de buscar nuevas formas de organización y de acción democrática, más horizontales, más colectivas, conectadas a lo vital y emocional. Empieza a estar en juego una idea de lo común que quiere distinguirse con claridad de lo mercantil y de lo estatal. El proceso de cambio va ser largo y complejo, pero parece imparable. No es un tema de vanguardias. Requiere asumir que las cosas no pueden seguir así y que no hay vuelta atrás. Tampoco se trata, entiendo, de plantear un programa político alternativo y completo esperando que alguien lo asuma. Lo que está en crisis es la propia lógica de intermediación y el conjunto institucional que se derivaba de esa arquitectura representativa. Es un fenómeno y una movilización política, pero es esencialmente una reacción social en busca de justicia y de respeto. Y esa es su fuerza moral. Lo que queda ahora no es poco. Pero la dimensión global del problema empieza a tomar cuerpo.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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