Bellas luces, buen sonido, baile cero
Dice, y mucho, del funcionamiento de un teatro la seriedad de sus programas de sala. Es de rigor que aparezcan en la ficha quiénes han elaborado, por ejemplo, las luces y la música, que a la sazón y en este caso, son las dos cosas positivas que se encuentran en la propuesta del grupo Erre que erre. ¿Por qué reiteradamente la organización del festival y la sala no piden y exigen estos datos que tienen no sólo un valor documental o testimonial, sino que son parte de la guía de viaje a la pieza?
La luminotecnia de Principios opuestos es muy elaborada y la música sugerente y poderosamente rítmica, ambas superan a todo el material coréutico en su conjunto, se imponen de calle. La implementación del espacio escénico a base de zonas de sombra, la ocupación deliberada de la planimetría por los trípodes de los focos o las baterías de sofisticados leds y una estética basada en el blanco (suelo) y el negro (ropa) apoyan una asepsia impostada, una atmósfera tan inquietante como poco resuelta. El movimiento y su fragmentación carecen de entidad y tensión, de peso específico, resultan sucesivos a la corriente naturalista, rozan la no-danza, pero el secuenciado es débil, cansino y no hay el menor esfuerzo de explayar la acción. Quizás han querido ser elegantes, pero resultan pobres.
La acción va del exterior (tráfago urbano) al interior (quizás una discoteca); el más joven parece decirle al adulto: "sé mi sombra y disfrútalo"; así hay una tiranización de la frase reflejo, pero el aire de descuido es real y emborrona el dibujo, atrofia la dinámica, densifica pero no intelectualiza el producto, se queda en nada.
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