Todo el poder para Alberto Fabra
El presidente hace y deshace en las candidaturas del PP valenciano
En apenas tres meses Alberto Fabra ha pasado de reunirse con los dirigentes vecinales de la Cuadra de los Cubos, una barriada popular y periférica de Castellón, ciudad de la que era alcalde, a sentarse con el Rey en el palacio de la Zarzuela para despachar sobre la Comunidad Valenciana. Un salto enorme para cualquier político, pero especialmente para alguien sin ninguna experiencia en la Administración autonómica, más allá de su presencia como diputado en las Cortes Valencianas.
El 28 de julio, Alberto Fabra asumió el cargo de presidente de la Generalitat, para el que no se había presentado, y heredó un Consell que no había nombrado y del que desconocía, o apenas conocía, a varios de sus componentes. Desde entonces, su realismo sobre la situación económica, la discreción política y unas educadas y suaves formas de entender los conceptos elementales de la democracia han sido sus signos de identidad.
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Frente al lenguaje tronante, victimista y mitinero de su antecesor, Fabra apenas si levanta la voz en sus intervenciones, lo que no le impide seguir un argumentario similar -"El PP de la Comunidad Valenciana contribuirá con un millón y medio de votos a la victoria de Mariano Rajoy y será decisivo en la victoria"- o rescatar del rincón del olvido el concepto de "deuda histórica" para justificar los recortes sociales que tendrá que acometer tras el 20-N. Pese a ello, su primera sesión de control en las Cortes Valencianas el jueves de la semana pasada no levantó oleadas de pasión entre los suyos, que le brindaron una cálida acogida, pero muy lejos de los atronadores aplausos con que subrayaban los excesos verbales de Camps.
La discreción de Fabra fue entendida por algunos como falta de decisión y de ambición política en un periodo en el que los buenos resultados electorales no ocultan la crisis interna por la que atraviesa el PP de la Comunidad Valenciana, carcomido por los escándalos de los casos Fabra (Carlos), Gürtel y Brugal. ¿Hay un pusilánime al frente de la Generalitat? Rafael Blasco, exconsejero de casi todo con Joan Lerma, Eduardo Zaplana y Francisco Camps, fue de los primeros en averiguar que no. Al finalizar uno de los plenos del Consell a los que acude de oyente por su condición de portavoz del grupo parlamentario popular, la vicepresidenta Paula Sánchez de León le mandó un recado de parte de Alberto Fabra: "Se acabó el ir por libre", le vino a decir. El protagonismo, cuando lo haya, será del presidente.
Fue la primera señal seria de que el exalcalde de Castellón, neófito en el Palau de la Generalitat, puede que tenga muchos amigos empresarios en el sector de la cerámica; pero que de porcelana no tiene demasiado, por muy suaves que sean sus maneras.
Pero si alguien dudaba de hasta qué punto Fabra estaba dispuesto a ejercer su poder en su doble condición de presidente de la Generalitat y del PP en la Comunidad Valenciana, la confección de las candidaturas para las próximas elecciones generales ha despejado muchas. Una visión superficial puede dar la impresión de que todos han salido ganando o que nadie ha perdido. Carlos Fabra ha colocado a su hija de número dos, Alfonso Rus tiene a la presidenta de Nuevas Generaciones, Isabel Hoyo, en un puesto de salida, y a Inmaculada Guaita en el Senado. Incluso los ripollistas pueden presumir de que Macarena Montesinos sigue por Alicante. Pero si se mira más a fondo se verá que existe lo que un diputado autonómico popular define como "nueva vía del PP",
En Castellón, el presidente de la Generalitat ha impedido que Carlos Fabra haya colocado a su hija Andrea de número uno y que José Marí Olano, pese a los deseos del expresidente de la Diputación castellonense, figure en la candidatura. Y más. Juan José Ortiz, senador desde 1989 y fabrista (de Carlos) fiel donde los haya no repetirá. Apoyado en Javier Moliner, que fue su vicealcalde, y ahora presidente de la Diputación, Fabra va minando los resortes de poder de Carlos, que ve cómo los cuadros de la provincia se reorientan hacia el Palau de la Generalitat.
Alfonso Rus no ha evitado la presencia de Ignacio Uriarte -un "paracaidista", que diría Rita Barberá- en la lista por Valencia ni ha impuesto sus tesis para que algún alcalde figurara en la misma, pese a justificar su pretensión en que otros regidores sí que forman parte de algunas candidaturas en Andalucía, como es el caso de Teófila Martínez, alcaldesa de Cádiz. Rus no aspiraba sólo a tener más presencia, quería, además, mandar el mensaje de que la organización provincial de Valencia se movía con una cierta autonomía respecto de la regional y la nacional. No logró una cosa ni otra.
La provincia de Alicante fue la que menos problemas le dio a Fabra. Con José Ciscar ocupado en la gestión de la Consejería de Educación y José Joaquín Ripoll aparcado en la Autoridad Portuaria, la candidatura se cerró con la presencia de tres exconsejeros: Gerardo Camps, Mario Flores y Trini Miró. Tres que dejarán su escaño en las Cortes Valencianas junto a Manuel Cervera y Belén Juste. Alberto Fabra va prescindiendo del campismo. Del antiguo Consell solo quedan los miembros de la Mesa de las Cortes -Cotino, Font de Mora y Such-, tres consejeros en activo: Paula Sánchez de León, Maritina Hernández y Serafín Castellano. Y Vicente Rambla que, previsiblemente, dejará la política en breve.
Alberto Fabra ya tiene todo el poder. Y Génova le apoya.
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