El vértigo europeo
Las crisis de la deuda, del euro y de la banca reclaman un paquete de reformas radicales
Solo en contadas y excepcionales ocasiones el aforismo "cuanto peor, mejor" parece adquirir alguna virtu alidad positiva. Resulta así en casos como el que ahora afronta la eurozona, en que la sensación de un vértigo dramático, próximo a la catástrofe -ayer el todavía presidente del BCE, Jean-Claude Trichet habló de crisis sistémica-, paraliza o desvirtúa las soluciones ordinarias. Y en que el enquistamiento de la situación prefigura o puede conducir a la urgencia de soluciones extraordinarias, que supongan un salto cualitativo de envergadura en el proceso de unión económica.
El aplazamiento de un Consejo Europeo de carácter regular es un hecho inédito en la historia de la Unión. Y el retraso en la ampliación de la cuantía y funciones del Fondo de Rescate, por la negativa de un socio menor, como Eslovaquia, como se descontaba anoche, ilustra hasta qué punto la crisis del euro está multiplicando la vulnerabilidad de la Unión.
El problema es de difícil salida. La crisis de la deuda soberana periférica se ha doblado en una inquietante segunda crisis bancaria. Y eso ha sido así precisamente porque no se ha resuelto de forma tajante y rápida el problema de Grecia. Y al aceptarse un impago selectivo, parcial y voluntario de sus bonos por las entidades privadas (estimuladas tras las bambalinas por los Gobiernos), el impacto por contagio en la solvencia de los bancos tenedores ha sido automático.
El caso de Dexia es solo el pistoletazo de salida y decora bien, por su reincidencia, el carácter de segunda vuelta de esta tanda de crisis financiera. Queda ahora claro que defender el impago y al mismo tiempo soslayar que en las pruebas de resistencia de la banca aflorase su impacto fue un enfoque tan contradictorio como infantil.
Pero la vuelta de calcetín que ahora parece pretenderse mediante la exigencia inmediata de unos requisitos probablemente excesivos tampoco parece adecuada. Ese escenario, junto a la ya consuetudinaria rebaja de calificaciones, afectaría severa, e injustamente, a la banca española, cuyas cuantiosas reservas anticíclicas no han sido contabilizadas, lo que constituye un escándalo en sí mismo y una discriminación anticompetitiva.
La pretensión francoalemana estriba en que la recapitalización de la banca venga en primer lugar de los mercados, y que sea, pues, de naturaleza privada, lo que quizá peque de exceso de optimismo. Y solo después, pública: ya nacional, ya europea, ya mixta, que eso sigue en discusión, y por eso se aplaza la cumbre.
El problema es que tras la primera ola de recapitalizaciones en 2008 y 2009, la opinión pública, objeto de severas políticas de austeridad, tolerará mal una nueva socialización de pérdidas a palo seco. Por eso se avizora un escenario de nacionalizaciones (temporales) en el ámbito financiero, y de cambios en el Tratado en el ámbito monetario, que faciliten soluciones radicales como la emisión de eurobonos y una completa unión fiscal.
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