Verdi juega (y gana) en casa
Dos siglos después, la ópera vuelve al teatro Farnese con un emotivo 'Falstaff'
Hacía más de dos siglos que no se representaba una ópera en el bellísimo teatro de madera del Palazzo Farnese de Parma, una referencia de la historia de la arquitectura de espacios teatrales, como en parecido sentido lo es el teatro Olímpico de Vicenza. Hay que remontarse a 1628 para situar el primer espectáculo visto en el Farnese: Mercurio y Marte, de Claudio Achillini, con música de Claudio Monteverdi, nueve años después de que concluyese la construcción del Palazzo. Ha llovido mucho desde entonces, pero este espacio de fascinación ha provocado con el paso del tiempo deseos cada vez más intensos de ser utilizado para la música y para la ópera. Claudio Abbado dio un concierto con la orquesta Mozart hace unos meses aquí y la pasada semana incluso se pudo escuchar un Réquiem de Verdi.
Stephen Medcalf hizo una lectura shakespeariana al pie de la letra
Al compositor de la tierra -nació en Le Roncole, Busseto, muy cerca de Parma- se le dedica cada año en la zona un festival del 1 al 28 de octubre. Cada día -salvo el 10 y el 26- lleva el nombre de una de sus óperas en orden cronológico. El 26 es el día del Réquiem, y el 10 el del cumpleaños. Se impone, por tanto, este día el recuerdo y la celebración; 198 años habría cumplido el pasado lunes. Qué mejor fiesta que una recreación de Falstaff en el Farnese. Así se ha hecho. Por una parte se establece un diálogo imaginario del autor con el paisaje y la historia de su país, por otro se recrea la época de Shakespeare en su atmósfera temporal. En varias de sus obras se inspiró Arrigo Boito para consumar esta obra maestra absoluta de la historia de la ópera. Era, emotivamente, una situación muy especial.
Lo comprendió bien el director de escena Stephen Medcalf con una lectura shakespeariana al pie de la letra. El teatro fluía por los cuatro costados. La imaginación partía de la sencillez. Los personajes estaban caracterizados desde las actitudes y desde el vestuario elegido. En el caso del protagonista incluso había correspondencias físicas. Con docena y media de sábanas se construía una atmósfera de enredo en algunas escenas. Era lo que demandaba una representación como esta.
Andrea Battistoni dirigió con una fuerza arrolladora a la orquesta del teatro Regio di Parma. Es el principal director invitado y se nota en la compenetración con los músicos. El sonido que se transmite a la sala es muy particular. Llega algo atenuado al espectador debido a las dimensiones y a los materiales, pero uno se acostumbra rápidamente y hasta se familiariza, tal vez porque tiene la atención y las preferencias en otras cuestiones.
Ambrogio Maestri encabeza un reparto vocal que, sin ser espectacular, es bastante unitario, y se adapta con naturalidad a los planteamientos escénicos y musicales. Maestri destaca como Falstaff, no solamente por sus condiciones vocales para adaptarse al personaje, sino por el sentido de la medida con el que dibuja sus rasgos humanistas. No abusa de la comicidad y contempla siempre la condición escéptica y burlona de Falstaff. Luca Salsi como Ford, Svetla Vassileva como Alice, Barbara Bargnessi como Nannetta, Antonio Gandía como Fenton o Romina Tomasoni como Quickly contribuyeron con sus aportaciones a que la ópera se viese como lo que es: el testamento lúcido de un compositor que a los 80 años bromea desde la sabiduría sobre el mundo y sus contratiempos. No sé si, como ha escrito Giannotto Bastianelli, Verdi toma el relevo desde la música de Tintoretto en las artes plásticas, en cuanto a fuerza creadora, pasiones del alma o lo que él define como "orgía del movimiento".
El teatro Farnese ha acogido por fin a la ópera. En su espacio Falstaff alcanza una dimensión poética desconocida. Y Verdi se siente aún más cercano.
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