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¿Puede China hundir o salvar al mundo?

Las previsiones más recientes anticipan una seria corrección a la baja del crecimiento en los principales países avanzados en la segunda mitad de 2011 y durante el año próximo. Algunos analistas no descartan incluso una nueva recesión, aunque, afortunadamente, menos intensa que la de 2009. Ante ese panorama, conviene preguntarse de qué manera podría China (la segunda mayor economía del mundo, tras haber adelantado a Japón el año pasado) contribuir a acelerar o a contener las tendencias recesivas en los países de ingreso alto. La cuestión no es en absoluto baladí, ya que China supuso el 20% del crecimiento global entre 2005 y 2010 y generará seguramente el 30% en 2011, esto es bastante más que EE UU o la UE.

Al gigante asiático le interesa no solo que la UE crezca, sino aumentar sus reservas en euros

La opinión pesimista es que China podría sufrir un aterrizaje abrupto (una caída del crecimiento de cuatro puntos o más), lo que agravaría mucho los problemas de Occidente. Quienes prevén ese escenario argumentan que la política monetaria restrictiva (la inflación interanual fue del 6,5% en julio y del 6,2% en septiembre, frente al 3,3% de 2010), el agotamiento del estímulo fiscal lanzado en 2008 y la importante deuda de los gobiernos locales (estimada en 27% del PIB) se añadirían a un frenazo de las exportaciones e incluso a un eventual estallido en el mercado inmobiliario.

Es verdad que Occidente recibe el 40% de las exportaciones chinas. También es cierto que las exportaciones totales, que crecieron el 31,3% en 2010, están aumentando ahora en torno al 20%. Pero lo importante es que el país se ha orientado cada vez hacia el mercado interno, de manera que la demanda interior está por primera vez tomando el relevo de las ventas al exterior.

En cuanto al mercado inmobiliario, los temores a una corrección abrupta están exagerados. Primero porque no hay realmente una burbuja. Pareció haberla en abril de 2010, cuando los precios de la vivienda crecían al 13%, pero desde entonces su alza se ha moderado hasta un sostenible 4%. Además, las medidas recientes, entre las que se cuenta un programa masivo de construcción pública, están ya surtiendo efecto, lo que se acelerará en meses venideros.

Más en general, China podría pausar la restricción monetaria. Durante el último año ha aplicado restricciones administrativas al crédito y ha aumentado cinco veces los tipos de interés y nueve veces el coeficiente bancario de reserva. Es más, al menos en teoría, Beijing podría incluso lanzar otro plan de estímulo fiscal, ya que el déficit presupuestario supone apenas el 2% del PIB y la deuda pública no llega al 17%.

Así que los temores a una recesión en China no están fundamentados. Según el FMI, el PIB podría crecer el 9,5% en 2011 y el 9% en 2012, frente al 10,3% que se registró en 2010. Otras estimaciones rebajan unas décimas esas previsiones, pero, en cualquier caso, con una expansión superior al 8% este año y el próximo.

La segunda tesis -la optimista- es que China podría literalmente salvar la economía global, ya que sería posible que adoptara medidas ambiciosas para tal fin, tanto externas como internas. Parece claro que, si mantiene un crecimiento alto, sus importaciones serán fundamentales para los países que se han vinculado comercialmente bien con el gigante asiático, como son Japón y Alemania y, en menor medida, Estados Unidos, por no hablar de las economías emergentes asiáticas. Cabe esperar igualmente que unos estímulos concentrados en vivienda, agricultura o pymes arrastren demanda adicional y sumen algunas décimas al incremento del PIB.

Pero no parece probable que China ponga en marcha un estímulo fiscal como el del 2008 (que alcanzó casi 600.000 millones de dólares entre 2009 y 2010, en torno al 3% del PIB de cada año). Las razones son, claro está, las tensiones inflacionistas y el temor a que se dispare la deuda de provincias y corporaciones locales, cuya cuarta parte podría ser de dudoso cobro. Tampoco es previsible una bajada importante de los tipos de interés, a la vista de la persistente inflación. Es igualmente improbable una apreciación notable del yuan respecto del dólar, lo que cebaría importaciones inversiones en el exterior de empresas y fondos soberanos, dadas las incertidumbres en el sector exportador. Antes al contrario, China podría vincular de nuevo su moneda con el dólar, tal y como hizo antes de 2005.

Lo que sí parece posible es que el menor crecimiento de China tenga efectos a la baja sobre los precios de las materias primas, incluidas las energéticas, aunque la evolución de dichos precios depende cada vez más de la especulación financiera que de la demanda de los países consumidores.

Así, las contribuciones de China a la recuperación de la economía global se limitan a su demanda de importaciones y a la contención de precios en productos básicos, además, claro está, de las compras de deuda pública europea y de un eventual incremento de su financiación en el FMI. Esas adquisiciones están siendo ya importantes y podrían crecer más, ya que China dispone de 3,2 billones de dólares en reservas, que debe diversificar, a la vista de la debilidad del dólar. Esto es, a China le interesa no solo que la UE resuelva sus problemas y crezca (recibe el 20% de sus exportaciones), sino también que la proporción colocada en euros de sus enormes reservas vaya aumentando progresivamente.

Pablo Bustelo es investigador principal (Asia-Pacífico) del Real Instituto Elcano y profesor titular de Economía Aplicada en la UCM.

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