Libertad sin ira

Esta adaptación, o recreación escénica de la famosa telenovela televisiva, realizada por sus propios autores e interpretada por algunos de sus actores, sufre de dos problemas difíciles de salvar. El primero es que ningún espectador puede olvidar su origen, y el segundo que las tramas aquí creadas resultan algo precipitadas, como acuciadas por la duración mientras que en la serie propiamente dicha se toman todo el tiempo del mundo para ir destilando las tramas durante 30 minutos televisivos. Dicho esto, hay que añadir que no se trata aquí de reproducir sin más un capítulo o dos de la serie, sino de tomar ciertas marcas del producto para poner en pie una oferta distinta. Se nota, sobre todo, en el recurso a que algunos personajes se dirijan directamente a la sala a modo de síntesis y engarce de lo que no se muestra.

Una escenografía móvil, y algo ferroviaria para mi gusto, va acogiendo las escenas según una trama que comienza en 1952 al hilo de los ensayos de una obra prohibida por la censura, aunque basta con situarla en 1920 para que eche a rodar, no sin dificultades debido a que la mujer que la firma no es la verdadera autora, sino un escritor represaliado. A partir de aquí se van dando indicios de un giro de importancia que situará la obra en otro lugar, en el terreno de los sentimientos humanos de carácter emancipador entonces y ahora. Todo ello en una sólida factura muy ajustada en la composición de personajes, donde Cayetana Guillén Cuervo hace de Cayetana con soltura y elegancia, y Antonio Valero compone un escritor expresidiario con mucha reciedumbre y algo colérico al principio. Una obra que acaso no agrade del todo a las amas de casa que siguen la serie televisiva, pero que interesará, en sus aspectos más didácticos, a otra clase de público. Tal vez una observación última: hay algunos finales de escena, subrayados por el oscuro, que tratan de hacer reír y no siempre lo consiguen.