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Crítica:LA LIDIA / FERIA DE OTOÑO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La libertad del hastío

Antonio Lorca

Lo que han conseguido los diputados catalanes con la fuerza de los votos (echar a la gente de las plazas) lo van a conseguir en el resto del país los taurinos con el empuje de la libertad. Allí ya no se puede ir a los toros, y, aquí, más pronto que tarde, el público le dará la espalda a este espectáculo si persiste la falta de respeto, la decadencia galopante, el hastío, el sopor y un bochorno difícilmente soportable. Así, no hay cuerpo que aguante; así, no hay criatura que soporte dos horas en la dura piedra.

Si hay quien va a los toros a pagar un dineral, a comprar, encima, una almohadilla, aguantar el puro humeante del vecino, las rodillas del que se sienta detrás y tantas y diversas incomodidades como supone una corrida de toros en el siglo XXI; si hay quien, a pesar de todo, sigue yendo a los toros es que tiene fe en la emoción, ese sentimiento que supera a la piedra, al humo, al vecino, al viento, a la lluvia...

SAN LORENZO / EL CID, CASTELLA, PERERA

Toros de Puerto de San Lorenzo, -el sexto, devuelto-, bien presentados, inválidos, mansos y muy descastados, a excepción del cuarto, bravo y encastado. El sobrero, de Los Bayones, inválido y desclasado.

El Cid: estocada contraria (silencio); pinchazo y bajonazo descarado (ovación).

Sebastián Castella: estocada trasera y caída (silencio), cuatro pinchazos (silencio).

Miguel Ángel Perera: media caída -aviso-, cinco descabellos y el toro se echa (silencio); casi entera (silencio).

Plaza de Las Ventas. Primera corrida de la Feria de Otoño. 30 de septiembre. Casi lleno.

Pero lo de ayer no tiene perdón de Dios. Vaya corrida: un cartel de figuras y una ganadería de postín; un festejo insoportable con toros birriosos, inválidos, descastadísimos, y toreros avejentados, tristes, cansados, desangelados... ¿Para qué sirve la libertad de ir a los toros si no hay toros? ¿Cuánto durará la ilusión si lo que persiste año tras año es una profunda decepción? ¿Cuándo estos taurinos entenderán que están matando el presente y el futuro? Así, con toda seguridad, no serán necesarios políticos abolicionistas; así, no será necesaria la eutanasia catalana; así, la fiesta morirá de inanición.

El Cid, Sebastián Castella y Perera, tres figuras consolidadas, llegan a Madrid cansados, quizá, de una larga temporada. Y bien que se les nota. Ni un ápice de alegría en ninguno de los tres, un atorrullamiento general, ausencia de ideas, todo muy desangelado, sin gracia, sin tono, sin voluntad de pelea, como caricaturas de sí mismos, desbordados, dubitativos, sonámbulos...

No hay más que ver a El Cid, precavido en exceso, saturado o atorado, en ese primer toro, gazapón y con trote cochinero y de recorrido insulso, al que torea, es un decir, despegado y soso, sin apostar un alamar. E insiste en el agotamiento en la búsqueda de no se sabe qué delante de un animal amuermado.

Pero sale el cuarto, el único toro sobresaliente de la corrida y el panorama parece cambiar de color. Y mucha gente cree estar viendo el toreo verdadero cuando El Cid capotea a la verónica sin apreturas ni hondura en los compases de recibo y en un quite. Cuando toma la muleta parece que el torero se ha venido arriba, el toro -que empujó en el caballo y persiguió en banderillas a un torerísimo Rafael Perera El Boni, que se lució en un espléndido primer par- le espera desafiante y embiste con codicia con la cara a media altura, y se repiten las tandas de naturales despegados, con la suerte descargada, sin profundidad ni autenticidad.

Mejora su labor con la mano derecha en muletazos desmayados, cargados de sentimiento, y en unos ayudados por bajo finales que preceden a la debacle de un pinchazo y un infamante bajonazo. ¡Oh...! Pues si mata a la primera y le conceden la oreja, hubiera sido de escaso peso, pues este no es el verdadero Cid, que me lo han cambiado, sino un torero moderno que ayer no rompió como figura en ningún momento. Bien, porque sus muñecas encierran clase de la buena, pero muy mal porque a ese toro había que cortarle las dos orejas con el toreo auténtico.

Poco que decir de Sebastián Castella y Rafael Perera. No tuvieron oponentes para el triunfo, ciertamente, pero ofrecieron una lamentable imagen de ausencia de mando, autoridad, conocimiento e ideas. Superados ambos en todo momento por las circunstancias, sin saber qué hacer, a merced de la sosería de los toros, con esa lamentable impresión tan impropia de quienes se llaman figuras.

Naufragio total de los dos. Castella quiso brindar al público su primero -un inválido enfermizo- y se lo impidieron con razón. ¿En qué estaría pensando el torero? Y dio muchos pases a este y al quinto con el pico por bandera y la muleta retrasada. Y Perera participó del naufragio despegado siempre, superficial y anodino. Un horror... Como esto siga así, el hastío acabará con la libertad.

El Cid, con el cuarto toro de la tarde.
El Cid, con el cuarto toro de la tarde.CLAUDIO ÁLVAREZ

PITOS

- Unos toros infumables y una terna de toreros tristes y sin ideas deslucieron el festejo.

OVACIÓN

- Rafael Perea, El Boni, colocó un espléndido par de banderillas al cuarto de la tarde.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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