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LECTURAS COMPARTIDAS

Esa furia es la vida

Un día, Andrea Gillies se despertó temprano en su casa situada en un ventoso y remoto rincón de la costa escocesa e intentó imaginar cómo sería la vida si, al abrir los ojos, no se acordara de nada. Pero le fue imposible meterse en esa situación, porque absolutamente todos los objetos que había alrededor (y todas las memorias que se iban desperezando dentro de su cerebro) estaban cargados de datos y comenzaron de inmediato a reconstruir el mundo para ella, y, lo que es mucho más importante, a regenerar su identidad. Y es que la identidad se basa en la memoria: somos porque nos recordamos. Y no sólo, como explica muy bien Andrea, porque sabemos ciertos datos biográficos que nos delimitan objetivamente: hemos nacido en tal sitio, tenemos tantos años, estamos casados o solteros... Sino también, y de manera aún más esencial, aquellas informaciones que conforman tu ser: "Soy inteligente, soy curiosa, inquieta y suelo tener hambre", escribe Andrea. Pues bien, para saber eso también hace falta recordar.

Este ensayo es uno de los más formidables que jamás he leído, un viaje al espanto de la vida

Al mismo tiempo que Gillies se despertaba, en otro dormitorio de la vieja granja batida por los vientos amanecía Nancy, la suegra de Andrea. Que estaba enferma de Alzheimer. Y que había sido despojada de su memoria, es decir, de todo. Cada vez que se enfrentaba a un nuevo día, Nancy no solo ignoraba por completo dónde se encontraba, como si hubiera sido abducida durante el sueño por unos marcianos, sino que, y esto es lo peor y no lo comprendí plenamente hasta leer este libro, tampoco sabía quién o qué era ella. Escribe Andrea: "Si le preguntan a Nancy quién es, sabe dar su nombre, pero eso es todo lo que puede salir espontáneamente de ella. Si le preguntan '¿cómo eres?' o '¿qué clase de persona eres?', es incapaz de responder". Y más adelante añade: "Nancy me dice casi todas las mañanas: 'Perdona, pero no sé dónde estoy', y, dadas las circunstancias, parece una respuesta bastante comedida. Es el rostro el que delata su miedo". Sí, el miedo, el terror frío, el pánico demoledor de ser apenas un resto borroso del antiguo yo encerrado dentro de un cuerpo extraño en un mundo alienígena.

Este libro formidable, uno de los ensayos más impresionantes que jamás he leído, es un viaje al espanto de la vida. Sin aspavientos, sin truculencias, sin blandos sentimentalismos, sin imposturas de ningún tipo. Es un libro tan verdadero y tan inteligente que incluso posee bastante sentido del humor. El horror y la risa se entrelazan. Y además resulta una lectura fascinante, un texto que no se puede abandonar, a menudo amargo pero siempre instructivo.

Andrea Gillies es una escritora inglesa casada y con dos hijos. En un momento dado, ella y su esposo tuvieron que hacerse cargo de los padres de él: la suegra, Nancy, había empeorado mucho de su Alzheimer, y Morris, el suegro, estaba paralítico. Hubo que buscar una casa más grande y, como no tenían dinero, terminaron mudándose a una costa remota, en donde las propiedades eran mucho más baratas. Además, como bien explica Andrea en una de sus observaciones luminosas, ella pensaba que la innegable belleza del lugar, esa costa bravía y salvaje, conseguiría rescatar de la amargura sus días de cuidadora y hacerle rozar lo Sublime. Ofrecerle, en fin, ese consuelo espiritual y zen que proporciona la belleza del mundo.

Pues bien, una de las devastadoras enseñanzas que nos da este libro es que, contra toda esperanza, la Belleza no siempre te puede salvar del Sufrimiento. Durante los casi tres años que Andrea Gillies cuidó de su suegra encerrada en ese grandioso y solitario confín del mundo (días contados en tiempo presente, obsesivos, opresivos, abrumadores), la Belleza y lo Sublime no aparecieron por ningún lugar, no le sirvieron de nada. Antes al contrario: descubrió que el verdadero sufrimiento te conduce a lo anti-Sublime: "La naturaleza sólo me devuelve lo que le doy y lo único que puedo ofrecer es pesadumbre. Y me presta la suya, magnificada y multiplicada. No es que los espacios abiertos no me inspiren, sino que me oprimen claramente". En sus planes antes de hacerse cargo de su suegra, Andrea pensaba que en la granja podría seguir escribiendo, leyendo y, en suma, viviendo. Pero no pudo. El contacto directo con el absoluto sufrimiento es corrosivo: "Nancy y yo estamos efectuando viajes paralelos, ella hacia la muerte y yo hacia la depresión, aunque esto resulta grandilocuente y probablemente también ofensivo. Al fin y al cabo, mis problemas son contingentes".

Y es que este libro magnífico no es sólo una crónica impecable sobre lo que es el Alzheimer, sobre cómo avanza la enfermedad, cómo repercute en el entorno familiar y cuál es la actitud médica y social (al menos en el Reino Unido) ante estos pacientes, sino que ofrece mucho más. Por un lado, una parte de divulgación neurológica muy interesante. Por otro, una hipnotizante reflexión sobre lo que es la identidad: ¿hasta qué punto podemos seguir llamándole Nancy a Nancy mientras todo su ser se va disgregando? Y por último, en fin, está la tremenda, conmovedora, trágica batalla de ambas mujeres, de Nancy y de Andrea, contra el horror. En su zozobra, Gillies va coleccionando famosos con Alzheimer: la gran escritora Iris Murdoch, desde luego, pero también, al parecer, Ravel (su obsesivo Bolero, ¿no deja ya entrever la angustia y la limitación de la enfermedad?), o Swift, o Emerson, que pronunció esta reveladora frase: No hay nada tan sagrado como la integridad de la propia mente. ¡Tantos hombres y tantas mujeres han atravesado y tendrán que atravesar por esta cruel ordalía! Pero, pese al sufrimiento, o justamente por ello, ¡qué furiosas están! Nancy, Andrea. Esa furia frente al dolor es tan humana, tan heroica. Aunque saben que van a ser derrotadas, pelean hasta el final. Esa furia es la vida.

Las amapolas del olvido. Un hogar, tres generaciones y un viaje al Alzheimer. Andrea Gillies. Traducción de Atalaire. Temas de Hoy. Madrid, 2011. 384 páginas, 19,50 euros.

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