Finjamos que
Finjamos que las elecciones se han convocado de buena fe, como si no hubiera habido ya un traspaso de poderes ni Rajoy hubiera sido tocado por el dedo de Zapatero como en su día fue tocado por el de Aznar. Simulemos que Zapatero no ha transmitido al electorado la idea de que la solución a la crisis es de derechas, incluso de extrema derecha. Hagamos como que no hemos oído decir a Felipe González, por poner un ejemplo, que el mejor Zapatero es el anti-Zapatero de los últimos meses. Comportémonos como si a Rubalcaba no le hubieran hundido el barco desde la mismísima Moncloa apenas iniciada su singladura. Aparentemos que el PSOE ha apurado su programa electoral hasta las heces y que no ha tomado ninguna decisión importante que se encontrara fuera de él. Proclamemos que la reforma fraudulenta de la Constitución fue de verdad para calmar a los mercados (que siguen de los nervios) y no para decirnos de forma subliminal quién manda aquí. Guardemos las formas, por favor. Acudamos a las urnas como si quienes se presentan son quienes se presentan y quienes ganan son quienes ganan, procedamos como si fueran a mandar aquellos a los que votamos, como si viviéramos en una democracia en la que la política da órdenes a la economía y no la economía a la política. Vamos a imaginar que el heredero, al que llamaremos vencedor, no será el chico de los recados de un Gobierno de facto formado por especuladores. Que a nadie se le ocurra tirar de la manta, poner las cartas boca arriba, aguarnos la fiesta. Creámonos que los candidatos pueden decir al pueblo la verdad. Afrontemos en fin la campaña con el espíritu entre resignado e ingenuo de quien se dispone a jugar una partida de parchís en un día de lluvia. Respetemos las reglas, por estúpidas, bobas o arbitrarias que parezcan. Sale el que saca cinco y si te como cuento veinte. Venga.
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