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EL CÓRNER INGLÉS | FÚTBOL
Columna
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Morir con las botas puestas

- "Nadie ama la vida como

un hombre viejo". Sófocles

Una tarde fría y lluviosa en febrero de 2002. El salón de una casa en las afueras de Manchester, Inglaterra. Cathy Ferguson, señora entrada en una cierta edad, está sentada en un sofá frente al televisor, bebiendo una taza de té. Detrás del sofá se pasea nervioso, masticando chicle, su marido, Alex. "Siéntate, cariño, por Dios. Prepárate ya para la vida de jubilado que te espera". "De eso te quería hablar, Cathy...".

Ella aparta la mirada del televisor y fija los ojos atentamente en el hombre con quien ha compartido su vida durante 36 años. "A ver, cariño, cuéntame...". "Pues estoy pensando en cambiar de plan. Creo que le voy a decir al club que seguiré". Cathy, conteniendo una sonrisa, le contesta con forzada solemnidad: "No decías que estabas un poco mayor para tanto trote". "El Manchester United es mi vida y no lo puedo dejar". Cathy le da un beso en la mejilla y sale disparada al baño. Cierra la puerta, alza los puños al cielo y chilla en voz baja, "Yes! Yes! Thank you, God! Yesssss!".

La escena es imaginaria, pero puede que tenga algo de verdad. Alex Ferguson, entrenador del Manchester United, declaró en febrero de 2002 que daba marcha atrás a su decisión, anunciada unos meses antes, de dejar el club de sus amores al final de aquella temporada. Había llegado a la conclusión, ya que estaba a punto de cumplir los 60 años, que el decoro y la ortodoxia social le exigían irse a su casa. Pero Ferguson se miró en el espejo un día y vio que, si era fiel a sí mismo, el decoro y la ortodoxia social no le valían, como él habría dicho en escocés, una puta mierda.

Cuesta creer que su esposa no haya celebrado la noticia tanto, o más, que el más fanático seguidor del United. La idea de compartir techo de la mañana a la noche con un individuo que, según su propio hermano, es capaz de empezar una pelea en una casa vacía tiene que haber sido inquietante para una mujer acostumbrada a llevar una vida de rutinaria y solitaria paz. Energía le sobraba, cosa que Ferguson ha demostrado de manera espectacular en los casi diez años transcurridos desde que tuvo la lucidez de entender que un hombre como él no tiene más remedio que morir con las botas puestas. Ha ganado en este período cinco campeonatos ingleses, una FA Cup y una Champions, competición a cuya final ha llegado en tres ocasiones.

A punto de cumplir los 70 años, tras 25 al frente del United, Ferguson encara hoy el partidazo de la jornada inglesa con un equipo renovado, dinámico, hambriento, repleto de jóvenes y capaz de seguir luchando por los títulos más importantes durante otra década más. Su rival esta tarde es el poderoso Chelsea, cuyo nuevo entrenador es André Villas-Boas, un jovenzuelo portugués de 33 años que no había nacido cuando Ferguson emprendió su carrera.

Lo normal sería afirmar que el futuro le pertenece a Villas-Boas, cuya trayectoria meteórica apunta a grandes cosas, y el pasado a Ferguson. El portugués, que ganó cuatro títulos con el Oporto la temporada pasada, parece ser un hombre serio y buena gente, y uno le desea todo lo mejor. ¿Pero quién se atreve a decir que, cuando Alex y Cathy Ferguson celebren sus bodas de oro, no será el entrenador del United el que seguirá en la gloria y que la joven promesa del Chelsea no habrá sucumbido a la devoradora de reputaciones que es el fútbol al más alto nivel profesional?

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