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Columna
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Campismo insepulto

Desde que lo preside Alberto Fabra, apenas ha pasado día sin que desde el Consell se emitan señales de pacificación y concordia con la oposición y otros marginados civiles. Se ha invocado asimismo la necesaria "normalización" del PP valenciano, sacudido por los embates judiciales y los escándalos de la corrupción. En puridad, se trata de rectificar, o así lo entendemos, la deriva chulesca y arrogante que el Gobierno ha seguido hasta ahora bajo la directriz de ese trío de la bencina que formaban el expresidente hoy procesado y los consejeros Juan Cotino y Rafael Blasco, todavía en activo. Los indicios del cambio son evidentes, aunque tantos años de excepción democrática y arbitrariedad nos impidan moderar la impaciencia y la desconfianza.

Pero ese cambio se ha emprendido y uno de los signos reveladores -por más que anecdótico- ha sido ver esta semana al socialista Ángel Luna, látigo implacable de los populares, presidiendo una sesión de las Cortes. Una estampa que no se agota en sí misma, pues a muchos recuerda que no es esa poltrona, sino el liderazgo de su desnortado partido, la responsabilidad que le incumbía al brillante parlamentario, ahora en vía muerta. Del cambio decíamos que se ha emprendido, pero ciertos consejeros no se han enterado, o se resisten a sintonizar con la nueva etapa. Eso se desprende de sus comparecencias ante el pleno de la Cámara donde han rendido cuentas y a menudo también se han retratado por sus filias y anacronismos. Es el campismo insepulto.

Tal ha sido el caso, si bien nada sorprendente, de Lola Johnson, la pintoresca titular de Cultura y claro exponente del liviano interés que el PP viene dedicando a este capítulo, obviamente secundario en tiempos aciagos, pero no antes. La consejera, en un conmovedor gesto de fidelidad, sigue aferrada al discurso "campista" acerca de los grandes eventos y descomunales iniciativas temáticas que tan decisivamente han contribuido a situarnos -como dice- en el mapa, pero de la miseria. No ha sido esta, sin embargo, su más notable flaqueza, sino el lamento por la escasa o mala información que tienen los ciudadanos valencianos, algo cierto, pero que dicho por quien ha sido mandamás de RTVV, es un verdadero prodigio de cinismo, lo que tampoco resulta novedoso en ella ni en la mayoría de sus cofrades.

Otros que tampoco han sintonizado con la nueva onda dialogante han sido los titulares de Gobernación y Justicia, los ínclitos -más uno que otro- Serafín Castellano y Jorge Cabré, apegados a la vieja melopea victimista y hostil con los socialistas. No se han enterado por donde van los tiros o han echado mano del habitual discurso que les tienen preparado y que empieza o acaba con una colleja retórica a Rodríguez Zapatero. Veremos qué dicen cuando les falte esta víctima propiciatoria. Otra cosa es, por lúcido y pertinente, el sermón de Isabel Bonig, consejera de Infraestructuras, proponiendo pactos sobre asuntos tan prioritarios y postergados como el urbanismo y la gestión de los residuos. Una ventada de pragmatismo y de sentido común que debería teñir la política autonómica que aparentemente está emergiendo o creemos percibir sin o confundimos los deseos con la realidad.

Habrá que esperar y ver cómo cuaja y eso dependerá de la determinación del Molt Honorable y del Consell que ahorme después del 20-N, pues esa es la fecha de caducidad del actual, lastrado por viejas glorias amortizadas y otras más tiernas, pero claramente mejorables.

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