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Columna
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Clamores

Rosa Montero

Pues yo hoy tenía preparado un artículo muy elaborado y algo sarcástico sobre el disparate de los recortes a los profesores, pero resulta que ayer una lectora, Cristina, me contó una de esas historias modestas y urgentes que son como un chillido. Y ese chillido se abrió paso y exigió su lugar, y ha entrado en este espacio por derecho propio y sin florituras estilísticas.

Esta es, pues, la historia pura y dura: Liliana, colombiana, vive en Madrid. La hospitalizaron el miércoles por una cesárea de urgencia a causa de una complicación llamada preclampsia. Madre y niño están en cuidados intensivos, y Liliana tuvo que volver a ser operada el sábado. En la UCI, Liliana puede escuchar a través de un cristal las palabras de quienes la telefonean, pero ella no puede hablar. La madre de Liliana vive en Medellín y aún no ha podido ni siquiera escuchar la voz de su hija. La madre de Liliana viajó desde Medellín a Bogotá a pedir en la Embajada de España el visado para venir a Madrid, pero se lo han denegado porque no tiene suficiente dinero para demostrar que su estancia es "por vacaciones". Y añade Cristina, mi lectora: "A lo mejor piensan que esta mujer va a venir a España a delinquir, cuando en vista del actual panorama político me parece que ya queda poco por robar aquí".

Me pregunto, en fin, si la ciega burocracia que defiende como perro cancerbero nuestros privilegios podría dejar de ser tan ciega. En casos así, ¿no resultaría muy fácil comprobar que, en efecto, Liliana se encuentra ingresada y gravísima, que el bebé solo pesa 1,6 kilos y también ha estado a punto de morir, que ambos siguen en la UCI? ¿Y no sería entonces una injusticia clamorosa, un escándalo imbécil, negar a esa mujer su evidente derecho a venir a verlos? (Por cierto: hoy están torturando al pobre toro Afligido en Tordesillas: otra injusticia atroz y clamorosa).

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