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Reportaje:VUELTA 2011 | 17ª etapa

¡Qué bello es sufrir!

Froome, que ganó la etapa, y Cobo, que sigue líder, brindan los dos kilómetros más emotivos de toda la carrera

Son masocas. Bastaba ver los gestos, las muecas, la boca abierta al calor, como lagartos, los cuerpos derrengados de Froome y Cobo en la meta de Peña Cabarga, para ratificar que son masocas. Pero precisamente ese gusto por el sufrimiento, esa asunción del dolor como parte fundamental de la profesión de ciclista, proporcionaron ayer en los valles cántabros, los dos kilómetros más hermosos que se han vivido en la Vuelta a España. Los más dolorosos, los más exigentes, los más inhumanos, los más emotivos, puede que incluso los más decisivos, aunque hacer previsiones en la Vuelta es como profetizar sobre el fin del mundo: gratuito e inútil.

Dos kilómetros para la historia de esta edición, mano a mano, pierna a pierna, entre el keniano Froome y el cántabro Cobo. El resto los vio partir como las vacas ven pasar el AVE. Fue un ataque duro del bisonte Cobo, encabritado en cuanto vio que Wiggins cedía metros. Ahí, El Bisonte echó la cabeza abajo y pedaleó con rabia. Pero hace días que el enemigo es otro, el enemigo real se llama Christopher Froome, el chico que lo mismo gana una contrarreloj en la planicie salmantina que se convierte en un escalador a la vieja usanza, de los de raza, de los de tronío.

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Cuando Wiggins empezó a pensar en el futuro y no en el presente, Froome salió a cazar al Bisonte y entre ambos construyeron la mejor historia de la Vuelta. El ataque de Froome, en el último kilómetro fue brutal. Era como ver esprintar cuesta arriba a un cimarrón, que parecía que bajaba mientras los otros subían. Cobo se agarraba al manillar como si fuera a doblarlo, a partirlo por la mitad. La boca abierta al calor, como un lagarto, seguramente mascullando improperios silenciosos contra el keniano, contra el destino, contra la carretera. Quizás pensando que allí se le iba la Vuelta a España. Precisamente allí, en su tierra, donde su gente se había volcado en las cunetas, estruendosos, felices, agobiantes quizás en aquellos duros mil últimos metros. A saber qué pasaba por la cabeza de Cobo... Cuántas imágenes le surcaron el cerebro. Pero prevaleció una sola: había que romper el manillar, los pedales, la cadena, lo que hiciera falta y el ciclista de Cabezón de la Sal resucitó cuando estaba agonizando. En un visto y no visto, apareció allí, encogido, con su maillot rojo sudoroso a la rueda de Froome que miraba al cielo en busca de la última pancarta.

Se estaban jugando la etapa, y, sobre todo, se estaban jugando la Vuelta, en el último final en alto, acaso en el último suspiro. Y Cobo se fue, le enseñó el dorsal 61 a Froome, que pareció encajar el golpe. Era un intercambio de papeles continuo. Era un golpe moral. Ahora te retuerces tú, ahora me retuerzo yo. Ahora ganas tú ahora gano yo. A falta de 30 metros, Cobo sabía que el maillot rojo estaba salvado, aunque el botín de la bonificación era como el santo grial de la carrera. Si ganaba él, la Vuelta estaba prácticamente decidida; si ganaba Froome, la distancia entre ambos iba a caber en una caja de cerillas.

Y allí. A 30 metros, en la última curva, como en un final de motociclismo, Froome le superó por dentro. Se tocaron incluso los manillares, y el espigado keniano-inglés entró en la meta estirando su larguísimo brazo derecho. Falta de experiencia de Cobo, que le abrió un pasillo estrecho pero suficiente a su rival. Casi muertos, entregados, como toros castigados, se refugiaron en las tablas (aquí vallas) a recuperar el aliento, a refrescar el gaznate, a enfriar la adrenalina, a mirar la bicicleta con tanto amor como odio. Ahora Froome está a 13s de Cobo a falta de tres etapas y el paseo de Madrid. El resto está lejos, muy lejos. Wiggins a 1m 41s, en esta Vuelta, es como si estuviera a dos días de tren de estos dos gregarios reconvertidos en maquinistas de sus respectivos equipos.

Steven de Jongh, el director del Sky, tendrá pesadillas viendo que su hombre era Froome y no Wiggins, aunque nadie podrá acusarle de elegir al teórico mejor en detrimento del presunto peor. También Matxín apostaba por Menchov y es Cobo quien le puede dar la gran alegría de su vida.

Froome celebra su victoria ante Cobo en la meta de Peña Cabarga.
Froome celebra su victoria ante Cobo en la meta de Peña Cabarga.JOSÉ MANUEL VIDAL (EFE)

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