Argelia teme el contagio del cambio
La primera potencia del Magreb se resiste a reconocer al nuevo poder libio
Aquel país que a mediados de los años setenta, tras una larga guerra de liberación, parecía un modelo a seguir para muchos revolucionarios del Tercer Mundo se ha quedado rezagado. Argelia es la única república del norte de África cuyo sistema político sigue intacto y se resiste incluso a admitir los cambios en la vecina Libia. Aún no ha reconocido a su nueva autoridad, el Consejo Nacional de Transición (CNT), aunque su ministro de Exteriores, Mourad Medelci, ha dado a entender que no tardará en hacerlo.
Argelia sigue siendo un mastodonte económico -cuarto exportador de gas del mundo y undécimo de petróleo empatado con Irak-, pero está aislada. Su frontera occidental con Marruecos está cerrada desde 1994, su relación con el nuevo Túnez es fría y con la nueva Libia es tirante.
Argel recela de la implicación de la Alianza Atlántica en el norte de África
Lo era ya durante la guerra civil que enfrentó a los fieles de Muamar el Gadafi con los rebeldes y se ha deteriorado aún más con la acogida en Argelia, hace una semana, de 30 miembros de la familia del depuesto líder libio, incluida su esposa Safia, su hija Aisha y sus hijos Mohamed y Aníbal. Aisha dio a luz a una niña, sin asistencia médica, tras cruzar una frontera en la que tuvo que esperar 12 horas, pero después fue sometida a una revisión ginecológica en el hospital de Janet (2.300 kilómetros al sur de Argel).
Esa hospitalidad irritó al CNT y eso que, según el diario El Watan, Argel vetó la entrada a Gadafi. "El Gobierno argelino es muy imprudente y trabaja contra el pueblo libio", declaró Guma al Gamaty, representante en Londres de la nueva autoridad libia.
¿Por qué recela Argelia de la nueva Libia? Tres razones explican esa desconfianza. "Somos muy susceptibles sobre la cuestión de la soberanía", recordaba Medelci a su paso por París la semana pasada. "El leitmotiv de la diplomacia argelina sigue siendo el antiimperialismo de los años setenta" al que se añade "un nacionalismo exacerbado que rechaza el derecho de injerencia", repite en París el historiador Benjamín Stora, nacido en Argelia y considerado como uno de sus mejores conocedores.
"La implicación de la OTAN, y concretamente de Francia, de Reino Unido y de Catar en un conflicto interno en el norte de África es preocupante", señala en un editorial El Watan, un diario en absoluto afín al régimen argelino. "¿Quién puede garantizar que no volverá a suceder?". Los dirigentes argelinos "quieren seguir siendo fieles a un mundo desaparecido", se lamenta Stora. La segunda razón es el temor a un repunte del terrorismo en una Argelia que vivió en los años noventa una guerra civil entre el Ejército y los islamistas que se cobró 200.000 muertos. Los ministros argelinos advierten en privado hasta la saciedad del riesgo de que Libia de convierta en una especie de Afganistán africano de donde partan los comandos terroristas para golpear en el Magreb.
La prensa oficialista argelina bucea en los comunicados del CNT para extraer un supuesto tufillo islamista, da los nombres de excombatientes libios en Afganistán y presos de Guantánamo que han luchado contra Gadafi, y sostiene incluso que buena parte de las victorias militares de los rebeldes son achacables a brigadas islamistas no muy numerosas, pero bien organizadas.
La rama magrebí de Al Qaeda puede haber adquirido y robado armas en Libia. Para impedir sus incursiones el Ejército argelino ha reforzado su despliegue a lo largo de los casi mil kilómetros de frontera con Libia, cerrada desde la semana pasada.
El fin del conflicto libio ha coincidido con un inesperado repunte del terrorismo en Argelia, con un saldo de 70 muertos en agosto, en pleno mes del Ramadán. La mayoría de las víctimas -16 militares y 2 civiles- murieron en el doble atentado suicida contra una academia militar. Al Qaeda en el Magreb Islámico lo reivindicó y lo justificó por el apoyo de Argelia a Gadafi.
A ojos de Chafik Mesbah, exoficial del Ejército argelino reconvertido en politólogo, la principal razón de la animadversión argelina ante la transición en Libia no es ni el terrorismo ni el antiimperialismo, sino "la voluntad de aplazar el cambio en la propia Argelia" temerosa del contagio.
Para evitar que las constantes reivindicaciones sociales -el sábado las protestas por la falta de viviendas acabaron en enfrentamientos en Argel- adquieran tintes políticos el presidente Abdelaziz Buteflika ha subido sueldos y prestaciones sociales echando mano de las arcas de un Estado repletas de petrodólares. A finales de agosto confirmó la próxima aplicación de reformas políticas, pero, como recordaba El Watan, "no ha hecho hasta ahora nada para garantizar una transición democrática".
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