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Columna
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El torpe agosto

Lo peor del mes recién pasado es que te vas en julio con las musarañas puestas y vuelves con las mismas aunque algo más morenas. Y no será que no han ocurrido cosas. Además de los incendios habituales, este es el momento en que se ignora todavía en qué recodo de sus túneles de alta gama se encontrará Gadafi cuando lector lea estas líneas, si es que para entonces no lo han cazado ya gracias a una de las suculentas recompensas que ofrecen por su cabeza o si dispone a volar Trípoli para demostrar al mundo que, para numantino, él. No es que bastante más cerca de aquí no hayan sucedido cosas de cierta envergadura, pero no se puede excluir que lo que comenzó como una ola de cambios violentos en el norte de África termine por asentarse en un islamismo de nuevo cuño y acaso más peligroso que el generado por la situación anterior. Sin olvidar que la letra más o menos pequeña de los acontecimientos sugiere (por no decir que demuestra) que el Gobierno de Aznar vendió toneladas de armas al sátrapa de Libia, cosa sin mayor interés ya que casi todos los gobiernos venden bien lo que sea sin mirar a quién, ya se sabe, incluyendo medicinas caducadas.

De la crisis económica poco diré porque me produce escalofríos sólo de pensarlo, si bien, como consecuencia colateral del asunto, el que iba para Alfredo y se ha quedado en el más sonoro Rubalcaba, no parece haber vacilado lo suficiente a la hora de rechazar una reforma de la Constitución que permite sin más ahondar en una crisis que habrán de pagar mayormente los de siempre. Ya en el plano de lo pintoresco (quién sabe si también de la picaresca), algunos ricachones de este mundo han pedido a sus gobiernos que les suban los impuestos, algo inédito que ha dejado atónito a más de uno mientras los analistas trataban de tirarse el sol de encima para considerar dónde diablos está la trampa del asunto, que muy probablemente la tiene, como no sea que se hayan contagiado de la bondad intrínseca de los indignados. Aunque bien mirado, desde la posición de los superpoderosos de este mundo no se entiende cómo se limitan a pedir algo a sus políticos en lugar de exigírselo a las bravas, faltaría más. El argumento de o hacen ustedes lo que digo o destino toda mi fortuna a los pobrecitos niños africanos sería, sin duda, mucho más contundente y quizás más creíble.

Y, en fin, ¿qué más cosas añadir a este breve repaso, todavía trastornado por el sol y las temibles tardes de poniente? Pues que la batalla por el IVAM se cobrará sus víctimas entre los que se alzaron contra la gran Consuelo, pero también contra algunos de pasado ilustrado que la defendieron, quemados quién sabe si para siempre por la entrevista que la enorme galerista universal concedió a una publicación contando cosas que mejor se quedan entre los interesados para discutir viendo la tele a la hora de la cena y con los niños acostados.

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