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Columna
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Dormir, tal vez soñar

Entre otras cosas, las vacaciones permiten algo prodigioso: ¡dormir! Dormir a pierna suelta, dormir sin madrugar, dormir la siesta. Desde luego, no pretendo aguarles la fiesta recordándoles que todo eso toca a su fin, sino deleitarles -o más bien, inquietarles- haciéndoles imaginar cómo podrán dormir en sus vacaciones del futuro. Esto es, cuando la tecnología también meta mano a ese tercio de nuestras vidas y nos ofrezca la posibilidad de manipular nuestro sueño a voluntad. El ingeniero y futurólogo Ian Pearson lo ha descrito con detalle en un estudio encargado por la cadena de hoteles Travelodge. Un futuro que estaría a la vuelta de la esquina, pues se supone que algunos hoteles high tech ofrecerán ya estos "servicios" allá por el 2030. Ahí es nada.

Imagínense una habitación con capacidades electrónicas en prácticamente todos los materiales y superficies, con paredes o techos convertibles en pantallas donde proyectar cualquier imagen o escena, cualquier sonido u olor, con sábanas hechas de fibras inteligentes que, al tiempo que nos envuelven, chequean nuestro estado de salud, y con una almohada repleta de microsensores con capacidad para actuar sobre los estados REM y sueño, es decir, para inducirnos a un tipo de sueño o a otro, que previamente ya habremos elegido en un menú. Imagínense que hasta el despertador está conectado con esos ciclos, de modo que la alarma tiene a bien sonar en el momento menos inoportuno. Imagínense que nos dan la opción de repetir nuestros sueños favoritos o de introducir toda suerte de variantes, incluida la posibilidad de estudiar o aprender nuevas lenguas mientras dormimos. Y, ya rizando el rizo -los que han visto la película Origen ya saben de qué hablamos-, que nos ofrecen la posibilidad de ligar nuestro sueño al sueño de nuestra pareja o de algún amigo con el fin de disfrutar de experiencias compartidas.

Si así son las cosas, podemos pensar que en ese futuro no tan lejano habrá quien dedique sus vacaciones a dormir o, al menos, a no salir de su habitación high tech. Me imagino a los sibaritas saboreando la más exquisita carta de vinos en sueños, a los ligones o aspirantes ejerciendo sin trabas su donjuanismo, a los músicos perfeccionando oníricamente su arte hasta el virtuosismo, a los sedentarios corriendo maratones por NY, y hasta ganando. ¿Podrá la sucia y vulgar realidad competir con eso? ¿Para qué viajar físicamente, para qué agotarnos arrastrándonos por los aeropuertos, para qué pagar seis euros por un café en París?

Tal vez usted sea de esas personas que, leyendo este tipo de cosas, corren al campo a darse un paseo y a echarse una buena siesta bajo un manzano; de esas personas que agradecen que en la vida haya cosas sencillas, naturales y sucias, y que se alegran incluso de no habitar ese país extraño, el futuro. Sea así o no, qué quiere que le diga: ¡felices sueños!

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