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Reportaje:El conflicto libio

La vida discurre lenta en Bengasi

El Ramadán acentúa los retrasos y la parsimonia en la capital rebelde

"One minute, one minute". Casi todo en Bengasi dura un minuto para el que es preguntado por la duración de algo. ¿Cuándo volverá la conexión a Internet? "One minute". ¿Cuánto tardará en llegar la persona a la que se va a entrevistar? "One minute". ¿Cuánto en llegar hasta tal sitio? "One minute". Así que cuando se pregunta cuándo terminará esta guerra y se recibe como respuesta "una semana", es inevitable pensar que todo se puede prolongar mucho más.

Bengasi trata de recuperar la normalidad. Pero son días raros. El Ramadán hace que la ciudad no se active hasta bien entrada la noche, y en las oficinas y en las tiendas los trabajadores se mueven con cierta parsimonia. Los vestíbulos de los hoteles son lugares desangelados durante la mañana. Unos cuantos periodistas tratando de llamar por teléfono vía satélite, algunos asesores de seguridad de compañías de petróleo buceando en Internet, unos cuantos empresarios preocupados por cuándo podrán empezar a trabajar a un ritmo rentable y un buen grupo de diplomáticos y miembros de organizaciones acostumbrados ya a los retrasos en las reuniones.

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"El Ramadán lo ralentiza todo. Pero ya era así antes", dice el miembro de una ONG que ayuda a los libios en la creación de partidos políticos. "Aún quedan muchas cosas por hacer. Este país tiene que adaptarse a muchas cosas. Salen de la nada en términos democráticos. Pero son receptivos y están deseando que les ayudemos".

Las dificultades que trae consigo la guerra han hecho salir a los pillos. Hay un timo extendido con los teléfonos móviles. Una tarjeta SIM, que habitualmente costaba cinco dinares (tres euros), puede llegar a pagarse ahora por 200 dinares (115 euros). No hay contrato de por medio porque la compañía, en manos de Gadafi, dejó de existir cuando los rebeldes tomaron Misrata.

Una vez que el comprador empieza a hacer uso de la tarjeta recibe varias llamadas de distintas personas preguntando por el antiguo dueño. Días más tarde le telefonea una persona que dice ser el propietario y que asegura haber sido robado. El supuesto propietario trata de llegar a un acuerdo amistoso con el nuevo usuario, normalmente alguien que está de paso en Libia, para que le sea devuelta al terminar la estancia. Cuando eso ocurre, la tarjeta vuelve a la misma tienda para volver a ser revendida. Lo bueno de todo esto: las llamadas son gratis.

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Las conversaciones sobre cómo llevar una democracia estable al país empiezan a asentarse en las teterías, abiertas por la noche. "La gente quiere ser libre. Nadie esperaba esta guerra y por eso todo lo que hemos estado diciendo era que se fuera Gadafi", dice Said Alfitours, de 60 años, dueño de un hotel de la ciudad y cuyas raíces familiares vienen de Zlitan, al oeste del país. "Ahora demandamos además un país que nos dé hospitales, colegios y trabajo en libertad. Y si queremos democracia tendremos que ser exigentes con los que nos vayan a gobernar".

A Said le disgusta que se haya hecho en Libia una continua distinción entre las gentes de Trípoli y las de Bengasi. "El este y el oeste, un país dividido. No me gusta eso porque es falso. Pregunta en la calle a 10 personas y siete te dirán que son de Zlitan o Misrata, ciudades del oeste", asegura.

En la plaza de Tahrir, un grupo de mujeres charlan junto a los retratos de sus hijos, maridos o hermanos, caídos en combate o durante los años de represión del régimen. Una de ellas, llamada Eptehal Muftah, con velo islámico, gafas de sol y dominio del inglés aprendido en Bengasi, reclama un puesto para las mujeres en la democracia que se avecina. "Hemos hecho un gran trabajo durante todo el conflicto. Hemos ayudado a los hombres que iban a pelear. También algunas mujeres han peleado y han muerto. Cuando nos piden que salgamos a la calle lo hacemos".

Eptehal es médica residente y, según dice, las nuevas ideas de apertura han hecho cambiar a muchos hombres. "Creo que están más por la liberación de la mujer. Pronto empezaremos a ver a mujeres trabajando en lugares donde antes solo había hombres".

Un grupo de insurgentes, ayer en Al Ymal, cerca de Zuara.
Un grupo de insurgentes, ayer en Al Ymal, cerca de Zuara.GORAN TOMASEVIC (REUTERS)
Un esqueleto de plástico, en un control rebelde en Umm Qandil, al este de Sirte.
Un esqueleto de plástico, en un control rebelde en Umm Qandil, al este de Sirte.ERIC FEFERBERG (AFP)

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