Martha es todo un caballero
No sé quién habrá hecho la edición concreta del libro Cinco viajes al infierno, de Martha Gellhorn, que ha publicado la editorial Altaïr, pero desde aquí quiero lanzarle un entusiasta ¡hurra! Cuando vi el nombre de la autora me sonó muchísimo; leí la biografía de la solapa para intentar compensar mi fatal memoria y vi que nació en St. Louis, Estados Unidos, en 1908, y murió en Londres en 1998. Que antes de cumplir los veinte años ya estaba mandando crónicas periodísticas desde París. Que fue corresponsal en nuestra Guerra Civil, y que su último trabajo cubriendo conflictos bélicos fue cuando la invasión estadounidense a Panamá, en 1989, es decir, con 81 años: una curiosa edad para ser corresponsal de guerra. Vaya, me dije, impresionada: claro, una reportera célebre, clásica, y además cubrió la Guerra Civil, así que sin duda me sonaba de eso. Y sí, seguro que sí, que era de eso. Pero además, metida ya en el libro, me enteré de que Martha había estado casada con Hemingway. Cosa que se omite gloriosamente en la biografía de la autora y que sólo se cuenta de pasada en la contraportada, porque el primero de los viajes que relata lo hizo con él. De hecho, el libro lleva como gracioso subtítulo Aventuras conmigo y ese otro, que es la traducción del título original. ¡Claro! También me sonaba de eso: de su matrimonio. Pero me ha parecido estupendo que este libro de Altaïr no base la identidad (la enorme, activa, explosiva identidad) de Martha Gellhorn en esos cinco años de conyugalidad. Viendo lo que me ha sorprendido este detalle, advierto hasta qué punto siguen imperando ciertas rutinas mentales sexistas en todos nosotros. Ya digo: hurra por el editor.
Me encantan los libros de viajes. Decía Marcel Proust que "el auténtico viaje no consiste en ver nuevos paisajes, sino en tener una mirada nueva". Una frase muy adecuada para alguien tan sedentario que se pasó los quince últimos años de su vida prácticamente sin salir de la cama. Y sí, vale, de acuerdo, no todo consiste en moverse, también hay que saber mirar. Pero hay algo meramente físico, algo elemental en el viaje real que es maravilloso. La fatiga, el esfuerzo, el miedo, el hambre, la duda. Un nivel básico de supervivencia. Por eso me encantan sobre todo los relatos de viajes difíciles, peligrosos, fastidiosos, remotos, absurdos. Todos esos trayectos que una no haría. O que a veces has hecho, en pequeñas dosis, y por ello conoces lo mal que se pasa. Qué bueno poder disfrutar de esa ordalía desde el cobijo del sillón de tu casa.
Los cinco viajes de Martha al infierno son en realidad cuatro, con un pequeño y para mi innecesario añadido final; y, como antes he dicho, tampoco son aventuras "con ese otro" salvo la primera, el viaje a China en 1941. Martha nunca menciona a Hemingway por su nombre, sino con las siglas C. R. (que corresponden a Compañero Reticente, porque él no quería hacer ese viaje). Es una historia divertidísima, porque Gellhorn posee ese tipo de humor tan inglés (aunque ella sea norteamericana) que consiste en narrar las cosas más estrafalarias y desternillantes como si fueran de lo más normal. Sin añadir adjetivos innecesarios. Al final del horroroso viaje (en el transcurso del cual han estado sin comida, sin bebida, con frío, con chinches, con una infección en las manos) estaban en un mísero avioncito que de repente pareció caer a plomo atrapados por las turbulencias. Mientras el pasaje daba alaridos, Martha creyó que iban a morir y se sintió culpable por haber arrastrado hasta allí a Hemingway. Lo miró: "C. R., en una extraña postura rígida, sujetaba su taza con ambas manos, con la mirada fija en el techo de la cabina (...) podría estar rezando". Por fin, en el último momento, el aparato consiguió estabilizarse: "C. R. sonrió contento: 'No he derramado ni una gota', dijo. 'La ginebra salió de la taza, la vi y la atrapé después de que tocara el techo. Ni una gota". Este es el tono de la cosa, en fin.
El segundo viaje es del año 1942 y consiste en un disparatado deambular de barco en barco por las islas del Caribe, intentando encontrar submarinos alemanes. Quizá sea el relato que menos me gusta, aunque ofrece un dato muy interesante y poco tenido en cuenta: hasta qué punto la heroicidad de los barcos mercantes que llevaban comida y combustible a Inglaterra y a las tropas fue esencial para ganar la guerra, aunque nunca se haya valorado lo suficiente su sacrificio: sólo en 1942, los submarinos alemanes hundieron 1.508 barcos mercantes aliados.
El último viaje es a Moscú en 1972 y es también muy bueno; pero la perla del libro es la aventura africana de 1962, que es el relato más largo: una travesía del continente de Oeste a Este a la altura del Ecuador. La historia es hilarante sobre todo en su tramo final, cuando se embarca en un indescriptible viaje en un Land Rover comatoso y con la única ayuda de un chófer negro que ha contratado y que en realidad no sabe conducir, cosa que Martha descubrirá varios desesperantes días después y cuando ya estén en mitad de la nada (el tipo nunca llegó a coger el volante). Es en estas páginas cuando más brilla el temperamento, el sarcasmo, la fuerza de esta increíble Martha Gellhorn. El libro, por cierto, está lleno de incorrecciones políticas, de frases que hoy jamás diría nadie sobre los negros o los homosexuales... Pero, en el balance final, su pensamiento es esencialmente empático; Gellhorn parece ser una hija de su tiempo (nacida en 1908, recordemos) que, aun partiendo de los prejuicios de su época, consigue superarlos. Esta mujer es un espíritu libre, una fuerza de la naturaleza, una rebelde, pero es curiosamente respetuosa con todos los demás. Incluso con C. R., aunque fuera su exmarido. No hay ni una gota de veneno en el retrato que hace de Hemingway. Y es que Martha Gellhorn es todo un caballero.
Cinco viajes al infierno. Aventuras conmigo y ese otro. Martha Gellhorn. Traducción de Ana Guelbenzu. Altaïr. Barcelona, 2011. 336 páginas. 23 euros.
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