Los frentes de la crisis
Las semanas se suceden y parecen repetirse: estamos condenados a vivir al ritmo sincopado de las cotizaciones bursátiles, observando las bajadas con pavor, pero sin encontrar un verdadero alivio en los repuntes. De hecho, todo se está desarrollando como si hubiéramos entrado en una nueva fase de la crisis abierta en el otoño de 2008 por la quiebra de Lehmann Brothers, que tiene varios frentes.
El primero, y más importante, atañe al crecimiento mundial. En 2008, vimos cómo el conjunto de los países más importantes del planeta no solo se constituyeron en G-20, sino que, sobre todo, supieron calibrar la catástrofe financiera que se avecinaba. Después, vino una fase de calma. La amenaza de la depresión había sido conjurada mediante gigantescos programas de reactivación, especialmente en Estados Unidos y en China. Pero cantamos victoria demasiado pronto. A continuación, cada cual se apresuró a abandonar el terreno de juego mundial para replegarse al nacional, infravalorando el extraordinario nivel de interdependencia que había revelado la crisis. Europa y Estados Unidos abrazaron la idea de la austeridad. Sin embargo, hoy vivimos bajo la amenaza del regreso de una recesión agravada por esos programas de austeridad.
El problema central para los mercados es ahora la debilidad de las perspectivas de crecimiento en EE UU
Aquí llegamos al segundo frente de la crisis, el de Estados Unidos. En este país se sitúa el origen de la gran crisis financiera, y muchos, desde Paul Krugman a Nouriel Roubini, habían puesto en guardia a Barack Obama contra el riesgo de la ralentización. Bajo la presión de los republicanos, el presidente norteamericano no tuvo en cuenta esas advertencias y no apoyó suficientemente el crecimiento, razón por la que hoy tiene que enfrentarse a un paro igual o superior al que azotó la Unión Europea. Peor aún: Obama tuvo que conceder a los republicanos un programa completamente inicuo de reducción del gasto público sin subida de impuestos que fue percibido como una derrota política del presidente.
Estos últimos días hemos visto que el problema central para los mercados ha pasado a ser la debilidad de las perspectivas de crecimiento en Estados Unidos. Desde este punto de vista, el juego de los republicanos es particularmente peligroso. Con George Bush, estuvieron detrás de los gigantescos déficits que dejó el hombre de la guerra de Irak. Y no pararán hasta que consigan que un presidente demócrata asuma una política impopular de reducción de esos mismos déficits. Así que leen la cartilla a los demócratas y llevan a cabo una guerra contra el presidente que se diría diseñada para agravar la recesión y, por tanto, el paro, con el objeto de asegurarse la derrota de Obama en 2012 (nadie le ha prestado atención, pero, entre las actuales debilidades estructurales estadounidenses, que amenazan la seguridad económica del planeta, está el peso extravagante de la guerra en Irak).
Finalmente, aunque no olvidamos que dependemos de los otros dos, el tercer frente, el europeo, nos atañe particularmente. Pese a los anuncios de la cumbre Sarkozy-Merkel, en lo fundamental no hemos avanzado. Por supuesto, Alemania ha tenido que aceptar la idea de una zona euro más integrada y, por tanto, dotada de un "Gobierno económico", que era una reivindicación francesa prácticamente desde el nacimiento del euro. Pero esa misma Alemania sigue oponiéndose a la mutualización europea de las deudas, que sería, en efecto, el arma absoluta para hacer retroceder la especulación y obligar a los adversarios del euro a admitir que la moneda europea será uno de los elementos clave de la prosperidad de los 50 próximos años.
Esta negativa ha llevado a Jacques Delors a afirmar que estamos "al borde del abismo". Pues el escenario sigue siendo el mismo: los mercados y la especulación siempre llevan una ofensiva de ventaja a unas políticas que tardan en responder, frenadas por la lentitud de los procesos alemanes. Eso obliga a esperar a la próxima ofensiva de los especuladores para forzar a los europeos a acelerar el ritmo y la energía de sus respuestas. No cabe sino observar, con interés e ironía, la evolución de Nicolas Sarkozy, al que los acontecimientos están volviendo cada vez más europeísta y que se ha visto impelido a esbozar un sistema que François Mitterrand había planeado para Europa antes incluso del nacimiento del euro. A saber: una Europa integrada y fuerte, constituida por los países de la eurozona y cuya evolución debería ser federal; y, para los demás, una vasta confederación mucho más laxa, que podría satisfacer a los británicos, adversarios de la Europa integrada. Otra ironía: ha sido el antieuropeo Gordon Brown quien, esta semana, ha vuelto a encontrar el camino de Europa al abogar por una reacción vigorosa y más homogénea de esta ante los peligros que la amenazan cada día más.
Traducción: José Luis Sánchez.
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